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Opinión

Honor a una dama costarricense

Tomás Federico Arias Castro*

En ocasión de la reciente conmemoración del pasado 8 de marzo con motivo del Día Internacional de la Mujer, merece recordarse con especial significancia la vida, obra y derroteros de una de las más insignes mujeres que han nacido en nuestro país: la ex Primera Dama Emilia Solórzano Alfaro. 

Remembranza que adquiere ostensibles motivos de valía, pues el destacado accionar en el que efectuó sus distintas facetas de vida estuvo signado por un siglo decimonónico y finisecular en el que el papel público de la mujer era casi nulo y desapercibido. Por lo que sus improntas no solo erigieron en denodadas actuaciones, sino en pioneros ejemplos.

Orígenes. Nació doña Emilia en la ciudad de Alajuela el 8 de diciembre de 1835 y a los 21 años contrajo matrimonio (abril, 1857) con un joven oficial del Ejército costarricense durante la Campaña Nacional 1856-1857: Tomás M. Guardia Gutiérrez. Soldado que había conocido en Puntarenas cuando se recuperaba de varias heridas que sufrió en la Batalla de San Jorge. 

Al término de la guerra, los esposos Guardia-Solórzano se domiciliaron en la ciudad de Alajuela (actual plazoleta ubicada al frente del Parque Central). Sitio en el que nacieron sus tres primeros hijos y en donde Guardia ejerció el cargo de Comandante de Plaza desde 1860. Con posterioridad, vivieron en Puntarenas (1863), Alajuela (1866-1869) y Guanacaste (1869-1870). 

Primera impronta. Fue a raíz del afamado Golpe de Estado (abril, 1870) con que el entonces Cnel. Tomás Guardia defenestró al Dr. Jesús Jiménez, cuando la vida de doña Emilia experimentó un radical punto de inflexión. 

Lo anterior por cuanto, tras unos meses de impase, el ahora Gral. Guardia fue designado como Presidente provisional de Costa Rica (agosto, 1870), lo que le significó a doña Emilia convertirse en la nueva Primera Dama de nuestra Patria a los 34 años. Circunstancia que se reafirmó cuando Guardia resultó electo como Presidente de Costa Rica para el cuatrienio 1872-1876.

Poco tiempo después, el Presidente Guardia realizó un viaje oficial a Europa en el que fue acompañado por doña Emilia. Hecho que representó dos actos inéditos, pues no solo fue la primera ocasión en que una Primera Dama realizó un periplo de este tipo, sino además la primera vez en que fue recibida protocolariamente por un Pontífice: el Papa Pío IX. 

Segunda impronta. Tras la vuelta del Gral. Guardia al solio presidencial en 1877, doña Emilia protagonizó un nuevo hecho pionero, ya que fue la primera ocasión en que una Primera Dama costarricense acudió a una ceremonia de entronización papal: la de León XIII en 1878. 

Asimismo, doña Emilia negoció en París (1878), a nombre del Gobierno de Costa Rica y con la institución católica de las Madres de Sión, la creación de un ente educativo en nuestro país. Labor que permitió la apertura del Colegio Nuestra Señora de Sion en Alajuela (1879), al que siguió otra filial en San José (1881). Éste último que se mantiene abierto hasta el presente en el cantón de Moravia 

Empero, el período de doña Emilia como Primera Dama feneció abruptamente en julio de 1882, a raíz de la intempestiva muerte del Presidente Guardia, lo cual provocó su retraimiento de toda actividad pública. Hasta que su propio fallecimiento acaeció en julio de 1914 en la ciudad de San José. 

Tercera impronta. Como si todo lo anterior no fuese suficiente, resulta incuestionable indicar que la más egregia contribución de doña Emilia a la historia costarricense fue su comprobada y determinante influencia que ejerció en el Presidente Guardia para que éste decretara la abolición de la Pena de Muerte, tanto a nivel codificado (1877 y 1880), como a nivel constitucional (1882). 

Hecho histórico el anterior por el que la Asamblea Legislativa le concedió el título de Benemérita de la Patria en 1972 (Acuerdo N.° 1202). Lo cual, de nuevo, la colocó en una posición pionera con toda legitimidad y acierto, pues fue la primera mujer costarricense en recibir dicho honor.

Así, valga esta pequeña referencia sobre su valiosa vida y obra, para reconocer a una mujer que se destacó, otrora, por su preclara visión de mundo alejada de anacronismos y resabios vetustos, para erigirse en motivo sempiterno de valía para la ciudadanía en general y para las damas costarricenses en particular. 

 

*Abogado-Historiador.

 

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Martes 28 Marzo, 2017

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