No solo hay portal en Belén

Editorial

La mayor parte del mundo está de fiesta, y no es para menos, porque se celebra la Natividad de Jesucristo, hace unos 2.019 años, según las Sagradas Escrituras.
Pero ¿quién era ese niño que nació en un pesebre, rodeado de animales, perseguido y odiado antes de salir del vientre de su madre? ¿Quién era aquel que unió a ricos y pobres, y con la estrella de Oriente trajo a los Reyes Magos?
¿Quién era ese niño que desató la furia de aquellos que se decían sabios, maestros y sacerdotes, enviados especiales del mismo Cielo?
¿Se ha puesto a pensar quién era ese que se atrevió a dar la vida por desconocidos y cargó con culpas ajenas?
Aún más, ¿ha reflexionado que Él era un rey sin lujos ni riqueza, sin atuendos ostentosos ni copas de oro, que murió en la cruz de un calvario. ¿Qué clase de reinado sería el suyo?
Bueno, ese mismo niño, cuyo nacimiento marcó un antes y un después en la historia de la Humanidad, sigue aglomerando a millones alrededor del mundo en su nombre, continúa inspirando oraciones en muchos idiomas, clamor y ventura.
El niño que creció con sentencia de muerte propicia la más grande de las festividades y aún dos milenios después de su llegada recibe honra y honor sobre todo nombre, pues así lo mandó el Padre Celestial.
Si todos conocemos esa historia, si sabemos que cada año al acercarse el mes de diciembre se hace una fiesta por aquel polémico nacimiento, ¿cómo de pronto se nos olvida el objetivo real?
Pues sí, diciembre es un mes de reflexión, nos invita a orar y nos llama a hacer el portal en nuestros propios hogares.
No solo hay portal en Belén, en cada una de nuestras casas debemos rendirle honor y gloria a Jesús. No se trata únicamente de levantar la casita de madera y rodearla de musgo con aserrín de colores y posar en ella las figuras de yeso.
Hacer portal es ir más allá del ritual de cada año, el portal somos todos: padre, madre e hijos, incluso hasta las mascotas.
No solo hay portal en Belén, como lo dice una popular canción, si todos nos unimos con el sentido real de la Navidad, serán tiempos de paz y amor.
Esta época no implica solamente fiestas, regalos, algarabías y excesos; la Natividad de Cristo es el momento justo para ayudar, escuchar, comprender, tender una mano amiga, acompañar, abrazar, besar, llorar y sobre todo orar.
Jamás olvidemos al enfermo, al pobre, al sufrido, al recluso, al abandonado, a la mujer ni al niño desvalido, a los pobres de alma y espíritu. No dejemos de lado al que vive en las calles ni al que, estando en un palacio, se siente solo.
Esta época trae nuevo bríos, esperanza y enseñanza; lleva consigo el anhelo de un mundo diferente con gentes iguales que buscan tolerancia y solidaridad.
“A veces Dios manda un ángel, pero no nos damos cuenta de que está allí porque estamos inmersos en nuestros asuntos”, estas fueron las palabras del papa Francisco, y cuánta razón hay en ellas, pues en estas fechas olvidamos el verdadero sentido y nos lanzamos a los brazos del consumismo enajenador, la vanidad y el egocentrismo.
Las palabras del Pontífice han calado, su mensaje de Navidad este domingo estuvo cargado de sabiduría, pero ante todo de reprimenda por aquellos que olvidamos el camino, que dejamos perdida la brújula en tiempos de tanto agobio.
Disfrute, pase en familia, medite y fíjese metas, no desenfoque el verdadero objetivo de estos tiempos tan hermosos y prósperos.