Las promesas de campaña
Gloria Bejarano
Las promesas de campaña comienzan a aflorar. Los candidatos de los más diversos partidos políticos empiezan a hacer su aproximación con los electores, efectuando ofertas o promesas de campaña, pero, ¿qué tanta viabilidad tienen estas ofertas?
Hemos caído en un círculo vicioso que debería ser sustituido por un círculo virtuoso en el que los candidatos no solo nos hagan sus promesas, sino que nos expliquen cómo las van a llevar a cabo.
Halagar el oído de los electores es fácil cuando se ofrecen cosas en las que la mayoría coincidimos se debe hacer algo, pero debemos tener cuidado en no caer en la trampa de creer que, con solo enunciar una acción, esta va a ser realidad como por arte de magia.
Las necesidades están identificadas y denunciadas como la falta de infraestructura adecuada, el aumento en la violencia y la inseguridad, el derroche de recursos públicos, la calidad de la educación, el exceso de trámites que entorpece el desarrollo de nuevos emprendimientos y la creación de nuevos puestos laborales, y muchas más de una larga lista.
Mas la reiteración de la denuncia no lleva a nada si no hay una propuesta sustentada en un estudio que garantice la viabilidad del ofrecimiento.
Ahí es donde los programas de gobierno tienen razón de ser, porque más allá de la identificación del problema es necesario hacer una radiografía de las circunstancias que impiden que la solución llegue.
Nadie que llega a un cargo va con la intención de no cumplir, pero no todos están en capacidad para enfrentar los intrincados procesos burocráticos, reglamentos y leyes que impiden alcanzar las metas propuestas, ni todos llegan acuerpados por un equipo de gobierno capaz y comprometido con acciones puntuales que tocan toda la estructura administrativa del Gobierno.
La preparación de un programa de gobierno implica tener especialistas en los más diversos temas, que además tengan experiencia de campo y capacidad para garantizar la viabilidad de las propuestas.
Se necesita igualmente contar no solo con expertos, sino que la opinión calificada de los políticos tiene que ser escuchada, pues, gústenos o no, son ellos los que pueden valorar si los cambios o propuestas serán avaladas y respaldadas por otros sectores con los que se deberá negociar, sí negociar, cediendo unas veces y buscando puntos de encuentro en otras oportunidades.
Algunas de las promesas se pueden cumplir con la decisión política por parte del gobernante en turno, pero las transformaciones que hoy requerimos para avanzar demandan de un esfuerzo mayor en el que se debe buscar el consenso de las diversas fuerzas políticas del país, como el cambio de leyes y la implementación de nuevas regulaciones, la eliminación de leyes obsoletas y absurdas que entraban y llevan a confusión.
El análisis sobre el funcionamiento del aparato burocrático, la eficiencia y pertinencia de procedimientos, órganos e instancias paralelas, el papel de las empresas, la industria, el comercio y las ONG en el desarrollo del país son algunos de los temas que urge discutirlos durante la presente campaña.
La propuesta de transformación de nuestro Estado, por otro lado, no puede violentar las regulaciones que rigen y romper con ello la seguridad jurídica que hoy protege a la ciudadanía, porque estaríamos entrando en el camino del autoritarismo y la violación de derechos en el que han caído pueblos hermanos que simplemente oyeron los cantos de sirenas sin analizar a fondo hacia dónde conducía el cambio que se les propuso.
Los candidatos “tienen” que hacer promesas de campaña porque, si no se dirá que no se comprometen a nada, las promesas por su parte tienen que ser atractivas para el electorado, pero cuidado en que estas no sean más que ofertas populistas.
Está en nosotros, los ciudadanos, exigir que esas promesas estén respaldadas en un programa de gobierno bien fundamentado, que nos de elementos para analizar la seriedad de su oferta.
Está en la prensa que los candidatos sustenten sus ofertas y muestren sus programas de gobierno.
