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Opinión

La rata

Marcela Chacón

Clac, clic, clic, clac… sonaban las teclas de la computadora bajo mis dedos que volaban para terminar con la redacción del documento que debía entregar a la mañana siguiente… clic, clic, clac, clic… sabía de memoria la ubicación de cada una desde hacía muchísimos años y podía escribir a gran velocidad. De pronto, aquella concentración se vio truncada al escuchar un rasgado en la tela de la cortina al lado de mi escritorio. Volteé la cabeza y nos miramos frente a frente y sin pestañear por un par de segundos que parecieron una eternidad. Una rata negra, de un par de palmos de largo bajaba despreocupadamente a mi lado y un escalofrío recorrió mi cuerpo. No recuerdo cómo sucedió, pero di un salto digno del mejor atleta olímpico, acompañado de un grito cuyo eco aún debe resonar en los lugares más recónditos del Himalaya.

 

¡Una rata en mi cuarto! No sé para qué me iba a servir, pero saltaba sobre ambos pies y corría alrededor de las cuatro paredes de la habitación en sentido del reloj mientras que ella, la intrusa, lo hacía en sentido contrario… ¿qué hacer ante semejante amenaza? Recientemente había matado dos cucarachonas de cafetal y una culebra, varias mariposas nocturnas gigantes y otros cuantos animalejos… pero… ¡una rata! Eso sí que no sabía enfrentarlo…

 

Salí en un santiamén y corrí hasta el cuarto de pilas a buscar una escoba. Sí, la iba a enfrentar y ella sabría quién mandaba en esa casa; eso estaba clarísimo o dejaba de llamarme Marcela (por cierto, escucho sugerencias para un nuevo nombre). Regresé poco después e inició la cacería. Mi hija, colocada detrás de mí, alumbraba debajo de la cama con un diminuto foco que no hacía más que estorbar mis movimientos mientras azuzaba a aquel roedor gigante con mi instrumento de ataque. Bastó sin embargo que la rata decidiera correr hacia el tocador, para que mi acompañante de batallas y yo nos retiráramos del lugar con los tres perros incluidos. Si esa alimaña quería tener mi cuarto, podía dejárselo con todas mis pertenencias, porque yo no pensaba compartir mi espacio con ella.

 

Me trasladé a dormir con mi hija y las armas – escoba, palo de piso y foco – hicieron guardia en el quicio de la puerta. Cada pequeño ruido que escuchábamos nos hacía pensar en el monstruo que se regodeaba caminando por el cuarto de al lado, hinchado de orgullo por habernos obligado a poner pies en polvorosa con uno solo de sus movimientos. Y podíamos imaginar esa miradilla de satisfacción que algún día se vería apagada con una trampa, sebo, papel gato y mucha, pero mucha paciencia…

 

Hoy, 2 semanas después, continúo haciendo guardia junto a la trampa. Y caerá eventualmente, pero por ahora, la desalmada se ríe de mí escondida desde un rincón cada noche cuando cambio el trozo de queso que coloco en el interior de ese aparato…

 

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Martes 22 Diciembre, 2015

HORA: 12:00 AM

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