Confianza originaria
Opinión
Arranco con esta certera apreciación de Anselm Grün: “Todo ser humano anhela recibir afecto. El deseo originario y elemental del niño es que su madre le dirija una mirada de amor y le sonría. Esta experiencia primordial que da al niño la justificación de su existencia, le dice: ‘Eres bienvenido en esta tierra’. Esto es lo que queremos experimentar continuamente. La madre es la primera que transmite al niño la confianza originaria”.
Todo en la vida se aprende en el aprender a vivir. También en ese tener y crecer en confianza. El niño, desde esa confianza originaria, ha de ir afianzándose en la experiencia de que no está solo y a merced de las cambiantes circunstancias, sino que puede contar siempre y en todas partes con un apoyo fuera de él. A propósito, el mismo autor se expresa así: “La experiencia de la madre que lo abraza en su seno proyecta de algún modo al niño en Dios. Aun cuando la madre no esté presente, el niño sabe que es protegido por una realidad más grande y, en último término, por Dios”. Y concluye con algo que padres y maestros y cuantos tratamos con niños pequeños habríamos de tener siempre en cuenta: “Los niños que han recibido una fuerte confianza originaria tienen menos dificultades en la vida”.
Me he referido especialmente a la madre. ¿Y el padre? Los entendidos explican que la confianza que el varón ha de promover en el niño no es tanto de seguridad sino de audacia para afrontar al mundo con las consiguientes responsabilidades y riesgos, y esto por sí mismo, viviendo su propia y exclusiva vida, él sOlo y una sola vez.
El niño, en su proceso de aprender a vivir, necesita de las dos confianzas: la de seguridad y de la de audacia. También el adulto, porque jamás se acaba el aprendizaje de la vida. Por lo demás, siempre anda dentro de nosotros el niño que necesita, por un lado, la confianza materna y, por otro, la confianza paterna, que nos llevan al atrevimiento y la responsabilidad.
Y qué bueno que experimentemos igualmente ambas seguridades en la relación con Dios, Madre y Padre al mismo tiempo. De ahí la importancia de la oración, ese trato de amistad con Aquel que sabemos nos ama y nos da apoyo y fuerza para vivir con plenitud la existencia.