El Locke de Henry Mora
Iván Villalobos Alpízar
Días atrás, el diputado oficialista Henry Mora nos mandó a leer a Locke desde su cuenta de Facebook. Según él, “el totalitarismo (sic) está en los orígenes del liberalismo; lean a Locke y verán”, sentenció apodícticamente el economista. El exabrupto tenía como origen la oposición del diputado libertario Guevara Guth a la iniciativa del Ejecutivo de crear un registro centralizado de accionistas de sociedades anónimas. Mora no tardó en calificar la posición del libertario de “anti-democrática”.
Independientemente de la dudosa idoneidad de la iniciativa -medida que se prestaría para que el Estado centralice información que puede ser utilizada por los numerosos enemigos de la libertad económica que abundan en el gobierno, y en el sector público en general, en contra del ya asediado sector productivo y de los ticos de a pie, que bajo la figura de sociedad anónima buscan resguardar sus escasos bienes de la voracidad estatal-, llama la atención la ligereza con la que el señor Mora se aventura a despachar al padre de la democracia moderna, democracia que dice honrar.
Mora no es un especialista en filosofía política y cita de oídas lo que el teólogo y economista Franz Hinkelammert, alemán radicado en Costa Rica, intelectual brillante y original, estima sobre John Locke. Según Hinkelammert, el pensamiento de Locke estaría atravesado por una veta autoritaria, pues en su famoso Segundo Tratado postula un poder de excepción llamado despótico, el cual puede ser ejercido cuando una nación incurre en perjuicios económicos contra otra, en una guerra justa. Cuando esto es el caso, la nación afectada puede resarcirse de las pérdidas sometiendo a la nación deudora.
No obstante, Locke, como buen liberal, niega el derecho de la parte afectada a someter a los habitantes más allá del tiempo necesario para reparar el daño, así como el de esclavizar a las generaciones venideras que no tuvieron ninguna responsabilidad en el agravio. Claramente, estamos frente a una versión tosca del derecho de reparación que en el mundo moderno es moneda común en el derecho internacional y los tratados comerciales.
Otros autores, como el filósofo canadiense C. B. Macpherson, han querido destacar al carácter colectivista del pensamiento de Locke, pues el llamado “estado de naturaleza” estaría transido ya de la legalidad de la sociedad burguesa en ascenso, gozando de primacía sobre el individuo. Según esta versión, Locke sería no un defensor del individuo sino de la sociedad burguesa naciente, cuyas leyes y características proyecta en la ficción del estado de naturaleza.
Se trata, pues, de interpretaciones legítimas, pero unilaterales y mal intencionadas del pensamiento de John Locke, que buscan precisamente escamotear lo esencial: su defensa del individuo frente a cualquier organización política, la afirmación de derechos naturales que ninguna persona o gobierno puede conculcar. El Estado reconoce derechos, no los otorga. Por eso no es de extrañar que un estatista irredento como Henry Mora deforme de manera tan burda, tendenciosa y poco original el aporte de Locke, como si ese supuesto “totalitarismo” fuera algo obvio que saltara a la vista, y no el producto de una lectura rebuscada y poco empática.
Pero en fin, si de totalitarismo y autoritarismo se trata, ha sido el diputado de marras quien nos ha dado sobradas muestras. Basta recordar la amañada aprobación del Presupuesto 2015 que encabezó valiéndose de métodos autoritarios, o las despectivas referencias al código de ética de su propio partido, entre otros desafueros.
