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Opinión

¿Cuándo es olvido involuntario y cuándo es un acto de corrupción?

¿Cuándo es error y cuándo es un acto premeditado que conlleva mala fe, alevosía y ventaja?

Por muchos años unos cuantos impolutos se dedicaron a señalar en forma implacable a todos aquellos que no comulgaban con su visión, calificando de deshonestos a sus adversarios políticos, menospreciando las explicaciones que se pudieran ofrecer, buscando siempre la manera de crearse una plataforma no con base en sus logros, sino destruyendo y menospreciando los de sus contendores.

Esos mismos han sido los responsables de entrabar el Estado y su funcionamiento toda vez que han forzado la introducción de más trámites y controles so pretexto de frenar la “corrupción”, cuando más bien el exceso de tramitología la propicia, la fomenta y frena el desarrollo.

Sus constantes acusaciones y señalamientos, por lo general sin fundamento ni prueba, han creado un estado de paranoia en la que todo funcionario es un corrupto en potencia, y no quiero que se me malentienda, creo en la necesidad de controles estrictos y eficientes, creo que los funcionarios, las instituciones y los organismos tienen que rendir cuentas y en aquellos casos en que se demuestre fehacientemente un hecho punible, aplicar todo el peso de la ley.

El mensaje populista caló fuerte, levantaron una indignación popular a base de exageraciones y mentiras, sin embargo, hoy buscan excusas para no dar la cara.  Garantes éticos que guardan silencio para no poner en riesgo su salario o porque no saben cómo justificar acciones que en el pasado y en “otros actores”, (que no pertenecen al gremio de los virtuosos), hubieran sido calificados como “imperdonables actos de corrupción”. 

Quienes señalaron de forma despiadada a otros se ven expuestos al escrutinio público y sus faltas o errores “no premeditados”, como dicen, son juzgados por el pueblo bajo la rigurosidad que ellos usaron para levantar una plataforma política haciéndole creer a los costarricenses que solo ellos eran   virtuosos, intachables, incorruptibles, en una palabra… diferentes.

Con la ayuda de algunos medios lograron crear un círculo perverso que terminó por alcanzarlos, tal vez nunca pensaron que iban a llegar a gobernar y hoy se enfrentan a las mismas situaciones que en el pasado condenaron y que desesperadamente tratan de disimular o minimizar.

¿A cuántos hijos de funcionarios en el pasado expusieron a la condena pública por el simple hecho de ser “hijos de”, sin siquiera valorar sus atestados o sus capacidades?  Se alegaba nepotismo, abuso de poder, tráfico de influencias… tal vez entiendan hoy lo injusto y doloroso que es para un joven tener que renunciar a una aspiración legítima, a un trabajo, a una vocación, simplemente por ser “hijo de…”.

El daño está hecho, lograron su propósito:  tenemos un pueblo enojado con todos, que desconfía de unos y otros, que ha perdido la fe en sus instituciones, que se siente defraudado, engañado y burlado, por los de antes…. y por los de ahora. 

En su afán de minar al adversario, obviaron el golpe que asestaban a la institucionalidad y no se detuvieron a ser responsables en sus acusaciones ni prudentes en sus señalamientos; cualquier error se equiparaba a un acto de corrupción, la generalización acabó por ensordecer el oído de la razón y la búsqueda de la verdad cedió ante el temor o el enojo.

Hoy los errores, por involuntarios que sean, automáticamente llevan a calificar al funcionario de CORRUPTO, es una ecuación que aquellos impolutos construyeron y sembraron en el inconsciente colectivo, y por injusta que pueda ser esta percepción en muchos o pocos casos, igual cobra víctimas a todo nivel: se obliga a renunciar a personas sin darles el beneficio de la duda, sin valorar su trabajo, el compromiso con su función o la eficiencia con que desempeñan su cargo. 

Esa odiosa generalización se construyó de forma irresponsable, pues la gran mayoría de los funcionarios, políticos o burócratas, son gente honesta y, sin embargo, hoy todos están expuestos no solo al implacable escrutinio sino a la condena inmediata, y los responsables de ello hoy se resisten a que se les aplique esa misma ecuación y se les permita continuar en un cargo, alegando que lo suyo es “diferente” porque se trata de un “simple error involuntario”.

Los que por años hicieron creer al pueblo que todo aquel que participaba en la función pública era por naturaleza un corrupto que buscaba beneficiarse a costa del pueblo, no pueden pretender que se les mida con una vara diferente a la que enseñaron se debía usar para medir a todo funcionario.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Sábado 15 Febrero, 2020

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Gloria Bejarano Almada

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