María, ¿Madre de Dios?
Juan Luis Mendoza
Al referirse a María, San Pablo se despacha con esta simple expresión: “Nacido de mujer” (Gálatas 4,4). Por su parte, los evangelistas Mateo y Lucas abren sus respectivos evangelios con una lista de nombres de personajes, la mayor parte extraños, que llaman genealogías. El primero en línea ascendente, el segundo en línea descendente. Usted puede leer Lucas, capítulo 3, versículos del 23 al 38 y Mateo, capítulo 1, versículos del 1 al 17. El Padre Larrañaga advierte que “a pesar de que tales genealogías tienen ese carácter monótono, y en la lectura bíblica uno siempre salta por encima de esos nombres, sin embargo, esas listas encierran una gran densidad de sentido. Significan que nuestro Dios no es una fuerza primitiva o el orden cósmico; es el Dios concreto, aunque sin nombre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob; en una palabra, el Padre de nuestro Señor Jesucristo”. El teólogo Karl Hermann lo dice así: “Es Él quien de lo viejo hace salir lo nuevo y da a lo esperado su plena realización; quien no quebranta la historia, sino que la conduce a su término; quien colabora con los hombres, y de su pobre obra, y aun de sus malogros, construye algo acabado”.
En Mateo observamos que en su lista descendente María aparece al final de la genealogía, y el Padre Larrañaga advierte que es así “por una necesaria referencia a Cristo. Como el final y coronamiento de la lista de Jesucristo, y a Cristo no se le puede concebir sin María, de ahí que Mateo haya incluido necesariamente a María. De modo que la entrada de María en el Nuevo Testamento se realiza así al final de una genealogía, como referencia condicionada a un Alguien y ¡como Madre!”. Así: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mateo 1,16).
María, pues, según San Mateo, está puesta entre Dios y la humanidad entera, pues el Hijo de Dios recibe de María la naturaleza humana y entra a la escena humana por su Madre. En ese sentido, las sucesivas generaciones de la historia, desde el principio de la creación culminan en Cristo y con ellas: la Ley, los profetas, la Palabra. Cristo, además, referido y condicionado a María, “de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mateo 1,16). María es, pues, la representante de las generaciones que la precedieron, y, al mismo tiempo es la puerta de las futuras generaciones redimidas. El Padre Larrañaga concluye: “En una palabra, ¡por ser Madre!, María es, junto con Cristo, el centro y la convergencia en la historia de la salvación”.
Decimos María, Madre de Dios. ¿En qué sentido? Los creyentes católicos de todos los tiempos y lugares conocemos que Jesús es el Hijo de María. Ahora bien, a la luz de los datos bíblicos y la definición del concilio de Éfeso, año 431, María no es solo la Madre de Cristo en cuanto hombre, como también Madre de Jesucristo en cuanto la persona divina del Verbo. Hombre y Dios al mismo tiempo, es la “persona completa”, el Verbo hecho carne en el seno de María. “Por eso, concluye el Padre Larrañaga, se habla de maternidad divina. Por eso también Isabel se pregunta estupefacta: ¿Qué es esto? “¿La Madre de mi Señor aquí?”. San Pablo, hablando del Eterno Jesucristo, dice que fue “fabricado” en el seno de una mujer (Gál 4,4) Y el ángel de la anunciación, al hablar a María sobre la identidad de aquel que florecía en su seno, dice que se trata del “Hijo del Altísimo”.
A lo largo de los siglos, en latín y en otros distintos idiomas, se ha proclamado y se seguirá proclamando aquello de “et incarnatus est de Spiritu Sancto ex María Virgine”. El Verbo se hizo carne “en” y “de” María Virgen, por obra del Espíritu Santo. Es el misterio de la Encarnación. Y “se nos quiere decir”, explica el Padre Larrañaga, “que de esta carne que el Verbo asumió, fue ‘fabricado’ por la potencia creadora y directa del Espíritu Santo, y no dentro de un proceso biológico normal. Y avanza el dogma (y la Escritura) afirmando que esta operación creadora del Espíritu Santo se realizó concretamente ‘en’ María y ‘de’ María. La preposición latina ex tiene gran densidad de sentido, y quiere decir mucho más que nuestra preposición de”.
Añade: “La actuación excepcional del Espíritu Santo, no solamente no ha prescindido de la actividad generatriz materna, sino que la ha requerido expresamente. De modo que se da una colaboración mutua entre el Espíritu Santo y la actividad materna de María: la una en la otra y la una al lado de la otra”. Y cita al teólogo mariano Scheeben: “María fue verdadero principio de la humanidad de Cristo, aunque subordinado al Espíritu Santo, y actuando bajo la acción de éste, y ambos, el Espíritu Santo y María, actuaron en comunidad de acción”.
En definitiva, se excluye por una parte la fecundación natural y por otra se afirma la actividad generatriz de María. Es decir, que en la generación de Jesucristo la acción colaboradora viene a través de la actuación excepcional de la potencia creadora de Dios sobre la substancia humana que es tomada únicamente de la Madre, de María.
Según Lucas 1,35, esa operación consistió en una invasión del Espíritu Santo y en una acción de la potencia infinita de Dios. El Padre Larrañaga explica que “para significar esa acción, la Escritura utiliza unas expresiones bellísimas: dice que la sombra del Altísimo cubrirá a María. Son expresiones nobles que recuerdan ciertos elementos naturales cuya acción deja intacto al sujeto sobre el cual actúan, como la luz, la niebla, la sombra, el rocío…”. Y concluye: “En una palabra, en este proceso generatriz de la Encarnación, el Espíritu Santo será, misteriosamente, el agente que portará la potencia creadora, emanada directamente de la fuente del Altísimo”.
Seguimos, Dios mediante, otro día.
