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Opinión

Albert Camus, Anthony BOurdain y el suicidio

La columna de Jaime Ordóñez

El suicidio de Anthony Bourdain ha desatado ríos de tinta. Nadie entiende como un tipo tan "bon vivant", con una existencia tan plena y sibarita ( porque cuál mejor vida que andar por el mundo viajando, visitando culturas distintas, comiendo los platos más exóticos de la humanidad y de sus pueblos, escribiendo y reflexionando, y, como si fuera poco, que CNN le pague a uno por ello) tome un día la repentina decisión de ahorcarse.

 

La mayoría de las explicaciones que veo por allí son, empero, simplistas o sensibleras. Pertenecen al campo de las emociones. Qué estaba deprimido! Qué su novia (una italiana simpática y directora audiovisual llamada Asia Argento) andaba con otro y le rompió el corazón! Que las secuelas de un pasado de drogas y alcohol hicieron corto circuito y le pasaron la factura! Podría ser.

 

Pero existe otra posible explicación. Quizá fue una decisión racional. Quizá la clave la tiene Camus. La otra explicación es que fue un suicidio pensado, meditado, sereno, justo al que se refería el escritor argelino en "El Mito de Sísifo". 

 

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”, dicen las primeras líneas de ese libro, quizá el mejor, el más determinante, el más estremecedor de sus textos. ¿Cuál es la decisión más seria que puede tomar un ser humano? El decidir sobre el sentido de la propia vida. Y optar por seguir con ella, o darle fin, si ella ya no genera alegría o deja de tener sentido. O ya no es vivible. Por eso la reciente decisión del científico australiano David Godall, de 104 años, de viajar a Suiza y quitarse la vida en forma asistida fue racional y valiente. Tiene sentido camusiano. Igual que lo hizo Borges, quien también viajó a Ginebra a los 86 años a ponerle fin a sus días.

 

El castigo de Sísifo en la mitología griega (decretado por Zeus, por haber engañado al Hades y volver del inframundo) era empujar todos los días una piedra a la cima de una montaña y dejarla caer al final de la tarde, y al día siguiente hacer lo mismo, y así sucesivamente hasta la eternidad. Metáfora de la condena del hombre contemporáneo, decía Camus, de levantarse cotidianamente, ir al trabajo, producir, gastar, y volver a arrancar al día siguiente, y así hasta el fin de sus días. 

 

El castigo de Bourdain era otro, pero parecido. Tal vez la condena de una vida amarrada a la fama, a los viajes, al eterno festín de los sabores y las sensaciones. Una hermosa vida plena de hedonismo, una suerte de Epicuro y Pantagruel transitando de la mano por el mundo. Pero siempre lo mismo. Y quizá en algún momento se volvió tan pesada como la piedra de Sísifo. 

 

Y, simplemente, decidió dar un paso al lado.--

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PERIODISTA: Redacción Diario Extra

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Lunes 11 Junio, 2018

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Jaime Ordóñez / [email protected]

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