Soy un hombre casado de 43 años. Mi esposa es siete años menor y es muy atractiva. Desde que nos casamos ella me ha fallado varias veces y me ha costado mucho superar tantas infidelidades. Ahora tenemos tres meses sin tener relaciones sexuales y hace cuatro días me dijo que se hizo la prueba de embarazo y salió positiva. Yo sé que no soy el papá de esa criatura, pero no sé si separarme porque tenemos dos hijos.
Uno de los aspectos que nuestra cultura debe superar gira en torno a la forma en que las parejas enfrentan la infidelidad. Tradicionalmente se ha querido creer que la infidelidad es solo un asunto emocional, una falla ingenua, un impulso mal manejado o un acto sin trasfondo, el cual se debe perdonar bajo la promesa de “no lo vuelvo a hacer”. No se toma en cuenta que las aventuras extramaritales suelen evidenciar una dinámica de fondo y que, a mediado o largo plazo, pueden generar nefastas consecuencias.
Rara vez el problema acaba con un dulce perdón. No es un asunto de “hagamos las paces” ni se trata de “borrón y cuenta nueva”, aun cuando, en medio de tanto dolor, ambos deseen esquivar el tema y darlo por superado. Por el contrario, se debe buscar ayuda para evitar futuras recaídas, que suelen ser muy frecuentes, y por ende futuros riesgos. Desde luego, uno de los riesgos mayúsculos es el embarazo, que en estas condiciones coloca a ambos miembros de la pareja en una encrucijada difícil de resolver. Probablemente la mayoría de las parejas sucumbe ante tal noticia, aunque con convicción, empeño y en una atmósfera de cariño y comprensión por parte de ambos se puede salir adelante.
