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Opinión

Crece tensión entre médicos y pacientes de hospitales

Álvaro Campos Solís*

Un conflicto social de alcances impredecibles está en proceso de gestación en clínicas y hospitales de la Caja Costarricenses de Seguro Social, en particular en el Hospital San Vicente de Paúl, en Heredia, ante un supuesto faltante en el número de médicos y enfermeras, así como severas limitaciones en el campo de la infraestructura, según lo ha podido constatar este ciudadano convertido ahora en paciente frecuente del México y del Hospital herediano.

En el San Vicente de Paúl, la violencia asoma las orejas constantemente, pues mientras algunos enfermos y sus familiares dan muestras de que su tolerancia está llegando al límite, médicos y enfermeras no cuentan con los insumos necesarios, tampoco el espacio adecuado para atender las necesidades de tanta gente.

“Que no aparezcan mis hijos por aquí, porque son capaces de golpear a cualquier médico de estos”, decía en voz alta un paciente con evidentes signos de cansancio, luego de permanecer sentado en una silla de ruedas por casi 36 horas, quejándose de dolor y porque en ese lapso no le habían dado ni una aspirina. Las amenazas son proferidas por mucha gente todos los días. “Esto parece un kínder”, dijo otro paciente en alusión a las nuevas generaciones de médicos. Algunos, ante la urgente necesidad de que un médico los vea, apelan a la bondad de las enfermeras. El resultado por lo general es negativo. 

Todo parece indicar que algunos pacientes no están dispuestos a continuar callados si el servicio no está a la altura de sus expectativas. También hay abusos por parte de algunos asegurados que buscan una incapacidad o el internamiento por una uña encarnada, una gripe y hasta por los efectos de una ingesta etílica, según comentario de un médico que exige el anonimato.

El descontento, convertido en enojo, a veces en rabia, se torna más evidente aún en las redes sociales. En ese medio los afectados reiteran su determinación a denunciar todo acto del aparato burocrático que lesiones sus derechos. Entre las denuncias se incluye lo que juzgan como ausencia de vocación profesional por parte de médicos y enfermeras.

Claro que no toda responsabilidad se les puede atribuir a los profesionales en el campo de la medicina. En emergencias el hacinamiento es la constante, con el perjuicio que esa situación entraña para pacientes y empleados hospitalarios. En ese mismo servicio, galenos y enfermeras dan muestras de cansancio, apenas comenzando su turno laboral.

La gente exige un trato digno y una atención de calidad. El argumento que esgrimen es que en su condición de trabajadores junto con sus patronos pagan puntalmente las planillas por la atención médico-hospitalaria. Los adultos mayores van más lejos en sus reclamos: alegan que pagaron por adelantado la atención correspondiente.

Ciertamente, la situación en clínicas y hospitales de la Caja es dramática. Las citas para exámenes de laboratorio, intervenciones quirúrgicas o consultas con un especialista en ciertos casos deben esperar uno, dos o más años. Es de suponer que algunos pacientes mueren antes de llegar a la cita prevista.

La situación se torna más grave aún para quien tienen que acudir a emergencias de esos hospitales.

Me consta que en esos dos nosocomios el paciente que busca atención urgente por lo general está expuesto a que el médico lo atienda en un lapso de cuatro a seis horas. En algunas oportunidades se tarda más tiempo, ya sea por el volumen de la demanda o por el color (verde amarillo o rojo), que en el proceso de valoración el profesional de turno le haya asignado. Puede ser que el paciente quede en observación, lo cual significa sentarse en una silla de ruedas por 12 o 24 horas, incluso 36 horas o más, dependiendo del volumen de la demanda de servicios, a la espera de que otro paciente desocupe una camilla.

En ese servicio no hay privacidad. Un duro sillón sirve para sentarse. Si lo que el paciente necesita es acostarse ese mueble se convierte en sillón reclinable, pero debe saber que solo puede medio estirar o encoger las piernas, mas no puede darse vuelta. Bajarse de ese mueble que hace de cama puede resultar una maniobra de alto riesgo, sobre todo para adultos mayores o personas con alguna minusvalía.

La espera de una definición para regresar a la casa o subir a un salón requiere de mucha paciencia, fuerza de voluntad y en última instancia necesidad. De esa manera el sillón reclinable se convierte en una especie de potro de tortura, muy usado en tiempo de la inquisición, pues a las 24 o 48 horas de “descansar” allí uno siente que se le descoyuntan los huesos.

El problema es que no hay espacio físico, tampoco camas, hasta las sillas de ruedas piden algún mantenimiento. Supongo que otro tanto ocurre con el instrumental y los medicamentos. De toda suerte, la situación afecta tanto al paciente como al personal que allí labora.

El ambiente se torna pesado. La gente se desespera y desea salir corriendo. El problema es que no hay otra opción, salvo para aquellas personas que disponen de suficientes recursos económicos como para acudir a una clínica u hospital privado.

Vivir esas experiencias es comprobar, con mucha pena, que nuestra salud pública se ha venido “hondureñizando” o “haitianizando”, pues las informaciones que llegan de Honduras y de la nación caribeña es que allí, debido a la pobreza extrema, la gente muere en las bancas de los hospitales, esperando la atención médica o un medicamento que al final de cuentas no llega nunca.

El problema es complejo. Sin embargo, el paciente llega a la conclusión de que los Gobiernos olvidaron un compromiso insoslayable: la ampliación de clínicas y hospitales para hacerle frente al crecimiento demográfico, además de darle adecuada respuesta a las necesidades de una población que envejece aceleradamente.

Se supone que a mediados del siglo anterior la preocupación de las universidades era la formación de pediatras. La natalidad se había disparado provocando así un acelerado crecimiento de la población. Como resultado ahora urgen, entre otros, gerontólogos, urólogos, cardiólogos y neurólogos. En fin, de todas aquellas enfermedades que de preferencia atacan al adulto mayor.

En medio de tanta angustia y dolor, muchos pacientes recuerdan que sus hijos nacieron hace 40 años o más en alguno de los tres hospitales grandes. Sin embargo, las instalaciones siguen siendo las mismas. Estos y otros hospitales son vetustos edificios en los cuales prevalece el corre-corre de los pacientes y el estrés que acumulan los médicos y el personal de apoyo, sin alguna solución viable a corto o mediano plazo.

 

*Periodista

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PERIODISTA: Redacción Diario Extra

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Lunes 26 Diciembre, 2016

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Álvaro Campos Solís*

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