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Opinión

Navidad, paz y violencia

Alternativas

“…paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2:14) proclamó en Belén a los pastores una multitud del ejército celestial anunciando el nacimiento del Niñito Jesús. Y sin embargo más de dos milenios después los hombres vivimos causando y sufriendo destrucción, dolor y muerte. No nos hemos convertido al mensaje de amor que nos vino a predicar Nuestro Salvador. Ni siquiera sabemos aplicar el mandamiento de no matar.

En Alepo el genocidio de civiles perpetrado por el régimen de Bashar al-Ásad, y los gobiernos de Rusia e Irán se dio ante una dolorosa indiferencia generalizada. En Sudán del Sur, en Yemen, en Argelia y en tantas naciones las guerras siguen causando dolor y muerte y asesinando a civiles de todas las edades. En Nigeria, en Turquía, en Alemania, Francia, Paquistán, Estados Unidos, Bélgica el terrorismo se ensaña con matar inocentes.

Ni que decir de los resultados de la violencia criminal en el triángulo norte de América Central, en Jamaica y Venezuela.

Todavía se aplica la pena de muerte, no solo en gobiernos autocráticos que irrespetan los derechos humanos sino incluso en Estados Unidos.

Alrededor del mundo los abortos matan millones de indefensos bebés todos los años.

En nuestra pacífica y desarmada Costa Rica este año tendremos en número de personas y probablemente también en relación con la proporción de la población, el mayor número de homicidios dolosos de nuestra historia. 

No podemos vivir indiferentes ante esta cruel realidad que arrebata la vida a nuestros hermanos y hermanas.

Tanto en el país como internacionalmente hemos de mejorar los instrumentos de la seguridad ciudadana para proteger el derecho fundamental a la vida de las personas. Debemos fortalecer los organismos e instrumentos internacionales para prevenir y parar los genocidios y las guerras.

Y claro que en nuestro país mucho nos falta por dotar a nuestros cuerpos de seguridad de instrumentos modernos que permitan mejor enfrentar al crimen organizado, por preparar adecuadamente al personal de seguridad, por mejorar la coordinación de información internacional y por organizar las comunidades y su relación con la policía para defender los barrios.

Pero eso no es suficiente aunque sea indispensable.

Para alcanzar la paz tenemos que trabajar en la conversión personal. En la aceptación íntima de los valores que llevan a privilegiar el amor a los demás, el respeto a sus derechos y libertades, el deber de ser solidarios con el prójimo y de comportarnos con todos como verdaderos hermanos, hijos todos de Dios y hechos por Él con la dignidad que nos da el ser sus semejantes. Solo así alcanzamos la paz que el nacimiento de Jesús trajo al mundo.

Ante la Jornada de la Paz de 2013 el papa Benedicto XVI señaló que la paz está basada en una “ética de comunión y participación” y es tanto un don de Dios como una construcción humana. Por ello requiere una fundamentación trascendental y se hace necesario que las diversas culturas “superen antropologías y éticas basadas en presupuestos teórico-prácticos puramente subjetivistas y pragmáticos, en virtud de los cuales las relaciones de convivencia se inspiran en criterios de poder o de beneficio, los medios se convierten en fines y viceversa”.

Negar la esencial naturaleza del ser humano como persona libre y moralmente capaz de conocer la verdad, el bien y a Dios pone en riesgo la construcción de la paz. El Papá afirma: “Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral… que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre”.

Esto no es fácil. Ni se trata de que los maestros dicten unas cuantas normas de conducta. No podemos delegar ni siquiera en los padres de familia la formación ética de sus hijos, aunque ellos son los primeros responsables de esa tarea. 

Convertirnos es tarea de todos, que nunca acabamos de alcanzar. Es un camino que todos los días debemos recorrer. 

La vida de muchísimas personas que en todo el mundo practican a diario el amor a sus semejantes, que viven para dar felicidad a personas con dificultades especiales, que dedican su vida a dar ejemplo de amor a Dios y al prójimo son estímulo que fortalece nuestra fe: podemos construir la paz con el amor que el Niñito Dios trajo al mundo.

Construir la paz es un camino que no terminamos sino al morir. 

Al andar la vida en camino de conversión no solo construimos la paz que Jesús nos predica sino que también encontramos la felicidad. La felicidad en nuestra satisfacción con nosotros mismos y en el placer de dar felicidad a los demás.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Lunes 26 Diciembre, 2016

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Miguel Ángel Rodriguez

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