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Opinión

La eco-litoralidad entre delfines y gaviotas

Lic. Miguel Fajardo Korea*

La literatura costarricense se ha centrado en el Valle Central. Sin embargo, durante los últimos años, diversos autores se han ido alejando, temáticamente hablando, de la meseta, como una manera de ofrecer mayor apertura a su propia obra y además con el claro compromiso de incorporar dichos contextos a la identidad nacional.

El poeta Isaac Felipe Azofeifa (1909-1997) aduce en su ensayo “La isla que somos”: “El nombre del país es paradojal, pues su vida no está en las costas, que las tiene en ambos océanos. Y estas costas son las más pobres y abandonadas” (1996: 21).

Cabe acotar que los escenarios costeros fueron decisivos para la conformación socio-productiva de Guanacaste en las primeras décadas del siglo XX, ante la ausencia de obras de infraestructura, tanto terrestres como aéreas. Por ello los medios marítimos dieron origen al cabotaje, tan importante para la intercomunicación de Guanacaste con el resto del país, antes de la construcción de la Carretera Interamericana (1955-1956).

Durante mi lectura a “Entre delfines y gaviotas” (2016), de Álvaro Vega Sánchez, observo una insistente inquietud del narrador por incorporar las realidades socio-humanas y geo-productivas de esta otra dimensión espacial, como parte de los procesos identitarios del país, aunque muchos los hayan invisibilizado, sin plena conciencia de su función en la sencilla pero paradójica geografía costarricense.

Este cuentario incluye a humildes y trabajadoras figuras femeninas como Clara, Lula o Lucila; personajes masculinos como Darío, Toñito, el nicoyano, John, Charío, Francisco, Omar, Chalo, Dámaso, Luciano, Luis o Mochis. Los presenta con apelativos familiares, o bien solo con sus nombres, sin apellido, porque el caso de cada uno podría ser el de cualquiera de los lectores en la sociedad civil del alma nacional.

Asimismo, los desdobla genéricamente en relación con sus oficios: pescadores, lancheros, fonderas, arrieros, cevicheros o saloneros. Igualmente, como el muchacho, las mujeres luchadoras, la mujer del machete, las mujeres defensoras del agua. Tales generalizaciones brindan mayor amplitud a la correspondencia dinámica personaje-lector, en una especie de complicidad y cercanía; de contrato o pacto narrativo.

En sus temáticas se aborda la soledad humana, la especie maderera del pochote, lugares geográficos como Sardinal, Abangares, Puerto Soley… Cada mención en sí resignifica una historia de contextos importantes, tanto en el ser como en el quehacer histórico de la guanacastequidad.

“Entre delfines y gaviotas”, de Álvaro Sánchez Vega, muestra una interesantísima incisión narrativa para recuperar ejes temáticos acendrados en el espíritu raigal de Guanacaste, la provincia que amarra los pies. Agrada la brevedad de sus textos. Es un valor agregado, tanto de intensidad como de precisión en su narrativa.

Luego de la lectura de este libro nos queda el acento de la nostalgia, los tiempos idos, la bondad de la gente campesina de las costas y las llanuras. Es una reflexión ideológica del pasado en los litorales frente a la modernidad avasalladora. 

Otro de los aciertos del libro de Vega Sánchez es su perspectiva de la eco-culturalidad, en una relación bisémica complementaria, es decir, una relectura dicotómica entre el ser humano y la naturaleza, donde prima la actuación que la territorialidad ecológica sea parte de la identidad humana más comprometida y, en ese sentido, los espacios y los contextos costeros deben ser lugares donde se pueda dar la bioalfabetización, como sitios áulicos/laboratorio, sin malgastar, irresponsablemente, los recursos que provee la madre naturaleza para nuestra sobrevivencia.

Las historias de “Entre delfines y gaviotas” inspiran valores auténticos, encarnados en sus personajes sin pose. Las luchas de la humilde sociedad civil de los litorales alcanzan una voz esencial en defensa del Guanacaste eterno, que no queremos se convierta en un Guanacaste ajeno, con megaproyectos deshumanizadores, donde solo primen la preocupación por el atesoramiento materialista y la inevitable destrucción de los hábitats, a cambio de dólares o euros, que serán depositados en paraísos fiscales, fuera de nuestras fronteras, más allá de los litorales... 

En el abordaje de su veintena de relatos, Vega Sánchez incursiona para destacar la generosidad de un rescatista en el mar picado. En el comportamiento avizor del pescador, con mirada larga, previsora de las calamidades. En la responsabilidad ambiental de John y de quienes se opusieron a los contratos de concesión de Alcoa. 

Relata sobre los poderes rejuvenecedores del mar y la generosidad de la pesca de los adultos mayores, así como las relaciones de pareja después de los 40. Acerca de ser un trotamundos en Guanacaste, con el calor de la pampa, caliente, alegre y diferente. En ellos, el espacio abierto es una redimensión de la alegría natural y de los comportamientos vivenciales de la gente humilde, en pobreza, pero con arraigados valores, que tanta falta evidenciamos como sociedad.

En síntesis, el cuentario de Álvaro Vega Sánchez es meritorio porque incorpora el espacio costero del norte costarricense, con personajes humildes, pero como sujetos de su propia historia, a quienes muchas veces es difícil relatar, con sus aflicciones cotidianas, con sus sueños y luchas, con sus patrones vernáculos de convivencia, que forman parte de la identidad “nacional”, muchas veces invisibilizada.

 

*Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural

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Jueves 08 Diciembre, 2016

HORA: 12:00 AM

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