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Opinión

El libro impreso

Juan Ramón Rojas*

Libros Duluoz (Barrio Amón) acaba de cumplir cinco años. En este lustro han surgido nuevas librerías y nuevas editoriales independientes. Otras han crecido y se han consolidado. Librerías tradicionales se han expandido y abierto nuevos locales. El libro impreso, ese objeto milenario que ha permitido conservar y transmitir el conocimiento, la cultura y el arte a través de generaciones, mantiene su vitalidad. Los oráculos, muy justificados, sobre su pronta desaparición ante el empuje de novedosas tecnologías de la información, han impactado menos de lo que se podría pensar. La cohabitación del libro impreso con el digital se consolida sin que uno liquide al otro. 

¿Va hacia la extinción el libro impreso y cuando? Esta es una discusión o una interrogante que ya lleva algunos años, sin que tengamos aún una respuesta definitiva. El libro impreso no solo compite con las ediciones digitales, sino que no ha perdido su vigencia, pese a que con las modernas tecnologías han surgido nuevas formas de entretenimiento y nuevas formas de acceder a la información y al conocimiento. Han impactado fuertemente en la población, sobre todo en la juventud, pero parece que todavía queda espacio y gusto por el disfrute del libro. No es infrecuente encontrar a personas de todas las edades, muchos jóvenes, revolcando estantes en librerías o preguntando por alguna novedad.

Jorge Luis Borges decía que el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación, a diferencia de otros instrumentos, como el arado, extensión del cuerpo, el microscopio, extensión de la vista, o el teléfono, extensión de la voz: es un instrumento sin el cual “no puedo imaginar mi vida, y que no es menos íntimo para mí que mis manos y mis ojos”. Es probable que para algunos esta reflexión suene muy radical o diga poco; para otros dirá mucho. 

Las librerías siguen atrayendo clientes. Sigue despertando placer entrar a una librería y bucear entre los estantes repletos de libros en busca de novedades o de algún clásico que algún día quisimos leer y que, por diversas razones, no lo pudimos hacer. Encontramos esa obra como quien descubre un tesoro. Un objeto que nos va a hablar de mundos ignotos e imaginarios, de nuevas realidades, de las expresiones más íntimas de dolor o de placer de los seres humanos; personajes que nos desgarran el corazón, con quienes nos identificamos y sufrimos hasta las lágrimas o simplemente repudiamos. Es una considerable población aferrada a la cultura de la palabra impresa en papel, sin que cierre las puertas a otras posibilidades. A esta oferta se suman los múltiples establecimientos del libro de segunda, con precios al alcance de todos.

No se trata de desconocer que las nuevas tecnologías ha incidido en la industria editorial, pero el libro digital sigue siendo minoritario, según diversos estudios, tanto por la oferta como por la demanda. No se trata de encerrarse en la tradición y desconocer otras formas de acceder al conocimiento. El libro digital es muy versátil y es posible que, con el tiempo, irá impactando cada vez más en un mayor grupo de población. Pero el placer de visitar librerías, sea de usados o de nuevos, hurgar en las estanterías, dudar entre con cuál o cuáles se queda, abrirlo y sumergirse en él, sigue provocando gran fascinación.

Nuevas librerías, al igual libros Duluoz, han abierto las puertas en San José y sus alrededores, con una oferta muy rica y variada de excelentes títulos y novedades. A veces se complementan unas a otras. Igual han surgido nuevas editoriales independientes, algunas ya muy consolidadas. Ya no dependemos solo de las políticas editoriales del Estado, que siguen desempeñando un papel destacado en la industria editorial costarricense. 

Resulta satisfactoria esta vitalidad editorial y este esfuerzo, a veces quijotesco. Un ejemplo es Uruk Editores, que ha abierto las puertas a muchos escritores, como es mi caso, que, de otra forma, difícilmente hubiéramos encontrado un lugar donde dar a conocer nuestras inquietudes literarias. Su catálogo suma más de 150 títulos en ensayo, poesía y narrativa, de autores nacionales y del exterior. “El mercado del libro ha ido creciendo mucho”, admite Óscar Castillo, fundador y cabeza de Uruk Editores. 

Larga vida. Todo parece indicar que el libro impreso tendrá larga vida. Posiblemente sucederá igual que con otros medios de expresión o de comunicación, como han afirmado muchos estudiosos del mercado del libro. El cine no hizo desaparecer al teatro, ni la televisión hundió a la radio o al cine, como se pudo creer en algún momento. La oferta tecnológica es ahora mucho más abundante y variada que hace unas décadas, lo mismo que las nuevas formas de entretenimiento, pero el libro impreso tendrá siempre su espacio entre quienes amamos la lectura. ¿Hasta cuándo? No sabemos. 

Debemos aceptar y así ha sido a través de la historia, que, a diferencia del cine o la televisión, la lectura por placer es un ejercicio de minorías, de minorías con muchas inquietudes, que encuentran -o tratan de encontrar- esas explicaciones a sus inquietudes en los libros. Es para minorías porque la lectura es también un ejercicio intelectual, aunque no me guste mucho esta palabreja. 

El escritor italiano Umberto Eco recordaba que las bibliotecas no solo guardan novedades editoriales, sino cientos o miles de libros y documentos con siglos de antigüedad. Posiblemente, muchas de estas obras estén o estarán pronto en formato digital, que permitirá su acceso desde cualquier lugar del planeta. Es un gran aporte del desarrollo tecnológico. Pero el libro sigue siendo un objeto cómodo, práctico, parte de una cultura milenaria, que sigue despertando gran encanto. Lo compramos, lo leemos e interpretamos y lo compartimos con otra u otras personas. Con el tiempo, volvemos a él para descubrir aristas que en otro momento no habíamos descubierto.

 

*Periodista, escritor.

 

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Martes 26 Julio, 2016

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