Resentimiento: enemigo del progreso
Carlomagno Burgos V.
Alfred de Vigny: “El honor es la poesía del deber”.
Muchas veces las mejores ideas se deben enfrentar con los peores ambientes. La mezquindad para reconocer el mérito ajeno nos hace, en ocasiones, incapaces de identificar los logros del vecino.
La discusión de soluciones para la gestión de cualquier problemática requiere, en un mejor escenario, la reunión de la mayor cantidad de información para que aquellos que deben tomar las decisiones cuenten con las herramientas adecuadas para tal proceso.
No obstante, en ciertas ocasiones la soberbia nos impide reconocer las fallas de nuestras ideas, y concentrarnos en la paja en el ojo ajeno. Más complejo, muchas veces la discusión de alternativas para un problema determinado no logra superar las diferencias entre los emisores de los mensajes, concentrándose estas en las condiciones personales de los emisarios, y nunca en las consideraciones propias de la información.
Nos encontramos tan concentrados en determinar los puntos de disenso entre nosotros que olvidamos fortalecer la lógica de hallar congruencias. La imposibilidad de encontrar bondades en los mensajes ajenos por su destino, sea que la información es mala únicamente por venir del expositor rojo, pero si la misma viniera del exponente verde: sería maravillosa.
Por otra parte, el ataque inconsecuente para aquellos interlocutores sobre los que guardo enfado por considerarlos causantes de cierta ofensa o daño sufrido, independientemente que estos propongan ideas que favorecen a mi grupo o posición ideológica, me produce el deseo insalvable de revancha hacia el emisor y procedo a atacar al mensaje aunque le comparta.
Quien fuera mi aliado, compañero o hermano, cuando compartía mis batallas, hoy que se encuentra en otra trinchera es mi enemigo más acérrimo cuando abandona mis luchas, aun cuando comparta muchas veces mis posiciones.
Sea que el resentimiento en muchas ocasiones nos imposibilita ver el más allá en cuanto a los objetivos ideales para la gestión de cualquier proyecto, y nos concentra en vivir con amargura en contra de personas, olvidando que estos podrían ser gestores de buenas ideas. Es un olvidar el bosque por odio al árbol vecino.
Como hemos dicho antes, el camino de la libertad debe empezar a construirse, y su construcción debe contar con la fortaleza de la madurez política, que está fuertemente ligada con la resiliencia personal y con el avance hacia la comprensión de los mejores objetivos que se pueden alcanzar por medio de la negociación política madura.
Los liberales hemos sufrido permanentemente con el tema de la incomprensión de nuestras ideas, la mitificación que existe sobre nuestras posiciones ha dejado un lastre en cuanto a la facilidad con que podemos comunicarlas. Así las cosas no resulta conveniente que además suframos del mal del resentimiento personal, mezclando las complicaciones emocionales, muchas veces fundadas en el no reconocimiento del otro como un sujeto independiente y capaz de tomar sus propias decisiones, con los asuntos del progreso de nuestro ideario.
