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Opinión

El mito de la mujer

Glorianna Rodríguez*

Los mitos, las tradiciones y las historias del ser humano universalmente hacen referencia a la diferencia entre el hombre y mujer. No es un fenómeno inherente y limitado a un pueblo o cultura particular. Desde la antigüedad hasta hace relativamente poco, hombre y mujer parecían destinados a desempeñar ciertos papeles sociales, fijados desde su nacimiento y cultivados durante su crianza. Serían como dos actores participando en una obra existencial conforme un guión predeterminado. Sin embargo, debido a diversos movimientos sociales, en ciertos lugares y en ciertos países se dio una ruptura entre el presente y ese pasado. Por consiguiente, en algunos lugares ese guión, cuyas raíces son antiguas, ha disminuido. 

 

El género, al igual que la raza, es una categoría subjetiva y cultural. Ambas clasificaciones se basan una realidad biológica- las personas de diferentes etnias tienen diferentes rasgos y colores de piel; en igual sentido, las mujeres y los hombres tienen una autonomía y una genética diferente. Sin embargo, en ambos casos esos rasgos son exagerados de tal modo que adquieren vida propia. Ni diferencias entre las razas y ni diferencias entre el hombre y la mujer revelan verdades científicas. Son el producto de mitos colectivos. 

 

Sin embargo, es hasta hace relativamente poco que se han cuestionado los viejos mitos. Es a partir de los años cincuenta cuando verdaderamente se empiezan a examinar las diferencias entre los hombres y las mujeres. Serían los filósofos, psicólogos, sociólogos, antropólogos y los artistas quienes provocarían una ruptura entre la antigüedad y el mundo contemporáneo con respecto a la identidad de género. En vez de preservar las tradiciones ciegamente, se preguntarían cuál era el origen, la naturaleza y hasta la validez de los papeles sociales. Sus aportes comprobaron que muchas de las expectativas sociales no tenían ningún respaldo objetivo, sino que eran respuestas subjetivas condicionadas por las realidades culturales.

 

Las mujeres no son inherente femeninas, pasivas y emocionales. Y los hombres no son inherentemente masculinos, agresivos y racionales. Son rasgos cultivados a lo largo de la vida, para desempeñar un papel social. En ese contexto, Simón de Beauvoir declaró "No se nace mujer: se llega a serlo”.

 

Desde épocas inmemoriales se desarrollaron mitos, metáforas y alegorías con respecto a la identidad. Estos incluyen narrativas que describen y por ende definen la identidad utilizando categorías subjetivas, construidas durante una cierta época y dentro de una comunidad particular - liberal o conservador, revolucionario o burgués, religioso o seglar, hispano o negro, mujer u hombre.

 

En todos estos casos, la clasificación y su contenido son determinados por una sociedad. En ninguno de estos casos es el producto de un descubrimiento filosófico o una verdad universal. Por el contrario, las identidades son como máscaras que esconden el verdadero rostro de quienes las utilizan. 

 

Construcciones sociales. Las clasificaciones habitualmente son arbitrarias, artificiales y hasta superficiales, tienen repercusiones profundas y pueden causar dolor. Estas construcciones sociales influyen y definen las expectativas sociales y limitan las aspiraciones de cada persona. 

 

La lucha derechos de la mujer es la lucha por destrozar los mitos. La lucha por los derechos de la mujer es una la lucha contra una clasificación dañina. Así las máscaras no serán el punto de partida de nuestro mundo ni de nuestras interacciones. Es la lucha para que el teatro social sea definido no por las máscaras sino por nuestros rostros. Es una lucha social, económica, política y espiritual. Es la lucha para que la humanidad no sea definida o limitada por una máscara, para que las mujeres adquieran la libertad para preguntarse quiénes son. Y la fortaleza para verse a sí mismas.

 

*Politóloga

 

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Martes 13 Octubre, 2015

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