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Opinión

Luz que alumbra nuestro camino

Armando Vargas Araya* / Página Abierta

Don Alfonso Carro Zúñiga vive en el modelo de varón recto que hereda a sus descendientes, amigos, discípulos y conciudadanos; en las virtudes costarricenses de su carácter; en las ideas que inculcó en sus estudiantes; en el pensamiento que él personificó; y en las instituciones que él fundó. Acudimos al templo a celebrar una vida ejemplar en todos los sentidos.

 

Buen hijo de los recordados doña Cleofe Zúñiga Madriz y don Eduardo Carro Fallas, nació en Juan Viñas, donde asistió descalzo a la escuela. Una beca municipal le posibilitó bachillerarse en el Liceo de Costa Rica. Se hizo abogado y notario por la Universidad de Costa Rica. Viajó a Europa con el premio ganado en un concurso de la Organización de las Naciones Unidas sobre derechos humanos, doctorándose en Madrid. Embebió civilización y cultura en sus recorridos por Alemania, Austria, España, Francia e Italia.

 

Formó su familia con la profesora de idioma y cultura francesa doña María de los Ángeles Solera Saborío y procrearon cuatro hijos. El matrimonio Carro Solera se ha sustentado en los valores recibidos de sus ancestros alajuelenses y cartagineses, el amor filial, la austeridad y la nobleza.

 

Nunca renegó de sus orígenes humildes, ni olvidó sus deberes para con su suelo y sus compatriotas, los más vulnerables en primer lugar. Encarnó las virtudes esenciales del carácter costarricenses, el fervor por la libertad y la justicia, la solidaridad silenciosa y constante, la firmeza de alma y la prudencia en la acción. Su ancha frente despejada encerraba una inteligencia descollante, dedicada al perfeccionamiento de la democracia de la igualdad, inspirada en la definición aristotélica del gobierno “con ventaja de los pobres”.

 

Transmitió a sus alumnos en el aula y en el ágora la sabiduría de la Grecia clásica, pensamiento continuado por los filósofos alemanes, con Immanuel Kant a la cabeza. Dio un aliento renovado a la teoría del Estado, según el socialdemócrata germano Hermann Heller. Afianzó su visión de mundo en el legado ético judeocristiano. Reflexionaba sobre los evangelios y recomendaba leer las Sagradas Escrituras como brújula moral a fin de acertar ante los cotidianos dilemas existenciales. Cristiano circunspecto, practicó el mandato del Nazareno: “Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”.

 

RESPETABLE. En el ejercicio profesional y en su carrera política fue respetable por la probidad de su gestión, la integridad de su carácter y su vocación de servicio. Hombre serio, defendía sus ideas y sus proyectos con bravura, armado con su verbo macizo y su pluma acerada. No hay mácula alguna en su larga carrera de abogado, catedrático, diputado, magistrado, presidente del Poder Legislativo, rector universitario y ministro de Estado. No compitió por la Presidencia de la República pues la ambición estaba reñida con su carácter. Salió de la función pública con los mismos escasos haberes materiales con que llegó al gobierno. Cuando tuvo poder, hizo justicia.

 

Hace un año que Alejandra, la primogénita de los Carro Solera, me avisó que don Alfonso, el amigo y maestro durante cincuenta años, estaba alistándose para emprender su tránsito a la eternidad. Sacudido por la espera del momento solemne, volvió a resonar en mi espíritu la “Canción de la estrella vespertina”, “O du, mein holder Abendstern”, la romanza de la ópera “Tannhäuser”, de Richard Wagner. Es una de las arias más hermosas escritas para la cuerda del barítono, tema musical que permanece en la memoria cual fiel compañera que nunca se aleja. 

 

La melodía es tan bella como los versos que pueden traducirse libremente así:

 

“Como una premonición de la muerte, la oscuridad cubre la tierra, / y envuelve el valle con su pañolón de sombras; / el alma, que anhela ascender a las alturas, / teme a la oscuridad antes de emprender el vuelo.

 

“Y ahí estás tú, la más sublime de las estrellas, / centelleando tu suave luz a la distancia; / tu haz perfora el umbrío velo / y muestra la senda de salida del valle.

 

“Oh, mi esplendorosa estrella vespertina, / te saludo siempre lleno de felicidad: / desde mi corazón, que él nunca traicionó, / atráelo hacia ti cuando pase por allá, / cuando él remonte este valle terrenal, / y transfórmalo en un ángel bendito”.

 

Nuestros muertos no fenecen mientras nosotros alentemos vida: se transforman en estrellas que nos orientan, que iluminan nuestro sendero para no extraviarnos, si somos leales a la ruta trazada por ellos. 

 

El Dr. don Alfonso Carro Zúñiga ya es luz que alumbra el camino de nuestra peregrinación.

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Martes 11 Agosto, 2015

HORA: 12:00 AM

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