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Opinión

Relajación mental

Se trata de un ejercicio que explico a continuación cómo hacerlo a fin de lograr serenidad en su mente.

 

Escoja un lugar tranquilo. Siéntese cómodamente, el tronco y la cabeza rectos, las manos sobre las rodillas, las palmas hacia arriba, los ojos entreabiertos, no tensos sino flojos, en un punto cercano a usted.

 

Suelte los hombros y todo el cuerpo varias veces. Suéltese por dentro: corazón, estómago, intestinos… hasta quedar tranquilo.

 

Concéntrese ahora en la respiración. Recuerde que consta de inspiración y espiración. Inspire por la nariz aspirando tanto aire que pueda, suavemente. Luego espira por la nariz y boca, tranquila y lentamente hasta vaciar por completo los pulmones.

 

Al espirar pronuncia bocal o mentalmente, con suavidad, la palabra “nada”, sintiendo la sensación de nada, de que todo su ser se vacía al mismo tiempo y de la misma manera que los pulmones. Hágalo varias veces.

 

Pasamos al cerebro. Durante unos minutos aplique la palabra “nada” al cerebro hasta sentir en él un gran vacío, sin pensar, sin imaginar… nada. Eso sí, no intente echar fuera pensamientos e imágenes; simplemente, déjelos, como si no existieran… vacío.

 

Al decir “nada”, en la respiración, atienda sucesivamente brazos, piernas, corazón, zona gástrica…, sintiéndolos insensibles, pesados, relajados, descansados. ¿Cuándo hacer el ejercicio? Al levantarse, al acostarse, habiendo tiempo, al sentirse tenso o nervioso.

 

Saltamos al ejercicio que se conoce como el arte de sentir. El Padre Larrañaga advierte que “este ejercicio es igualmente válido para la relajación, para la concentración y también para superar la dispersión, el nerviosismo, la fatiga o la angustia”.

 

Empezamos por los ojos. Colóquese frente una planta doméstica, concéntrese en ella con calma y paz. Nada de pensar o recordar. Con naturalidad, mírela, envuélvala con su mirada con una caricia a su verdor, su color, su imagen bella. Así, unos minutos.

 

Haga otro tanto con un paisaje: el silencio de una noche estrellada, el cielo y su variedad de estrellas, la frescura de un manantial, la ondulación de las colinas, la distinta perspectiva del horizonte… Y todo con una atención tranquila, larga, receptiva, gozosa y agradecida.

 

Ahora los oídos. Con los ojos cerrados, preste atención y acepte la gran variedad de ruidos de su entorno, próximos, lejanos, fuertes, suaves… Siéntalos todos con el ánimo abierto, tranquilamente, sin pensar ni imaginar quién los emite, sin permitir que ninguno de ellos se prenda y adueñe de usted.

 

Hay un dicho por ahí que afirma: “No es el ruido el que te molesta, eres tú el que molesta al ruido”. Así, pues, si en el ejercicio de escuchar aparecen ruidos estridentes y desagradables, “molestos”, no los rechace sino que los acoge como cualquier otro ruido que aprovecha para bien.

 

Ahora, el tacto. Deslíguese por un tiempo de la vista y el oído. Palpe suavemente, durante unos minutos, sus vestidos u otros objetos a su alcance. No interesa el darse cuenta de qué objeto se trata sino de percibir la sensación: si es áspero o suave, caliente, frío o tibio… Hágalo concentrado, sereno, receptivo, sin pensar ni imaginar. Sólo sentir.

 

Finalmente, el olfato. Desentiéndase de los otros sentidos y dedíquese simplemente a oler, tranquilo, algunos objetos próximos, sin tratar de adivinar de qué se trata. Sólo percibir el olor, cualquiera sea, durante un tiempo.

 

Ciertamente, el sentir es un arte, y el ejercitarse atendiendo, como queda explicado, a cada uno, puede contribuir al logro de esos bienes del espíritu que nos indicaba al principio el Padre Larrañaga: la relajación, la concentración, y el modo y manera de superar la dispersión, el nerviosismo, la fatiga y la angustia.

 

A lo mejor, al acabar de leer en qué consisten, le parecen los ejercicios algo demasiado fácil para alcanzar esos bienes. Nada le cuesta el probarlo, y después me cuenta.

 

Aún nos quedan más ejercicios para más males. En dos escritos de esta serie me refiero a ellos, Dios mediante.

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Sábado 31 Enero, 2015

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Juan Luis Mendoza

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