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Opinión

Prodigio consumado

Juan Luis Mendoza

Me refiero al hecho de la concepción virginal del Hijo de Dios en el seno de María. El Padre Larrañaga se pregunta: “¿Cómo fue aquello? ¿Qué sucedió en el primer minuto? ¿En la primera hora? ¿En el primer día?” Y se responde: “Al no disponer de ninguna indicación bíblica a este respecto, vamos a apoyarnos en dos bases: el estilo de Dios y el estilo de María”.

En cuanto a Dios, se nos muestra como silencio, como un desconocido, sumido en la noche y su paz. No actúa en el barullo (2Reyes 19,11). Por su parte, María siempre retirada en segundo plano, humilde… Concluye, en consecuencia, nuestro autor, “una combinación de estos dos estilos nos dará la idea de cómo se dieron los fenómenos: el mundo no quedó en suspenso, no se paralizó el orden universal ni la historia contuvo el aliento. Al contrario, todo sucedió naturalmente, silenciosamente. Nunca como en este momento tuvieron tan cabal cumplimiento aquellas solemnes palabras de la Sabiduría: “Un profundo silencio lo envolvía todo, y la noche avanzaba en medio de su carrera, cuando tu Omnipotente Palabra descendió de los altos cielos al medio de la tierra” (Sab 18,14-18)”.

En efecto, según el contexto evangélico en que ocurre el hecho, nada extraordinario advierten los nazaretanos, ni los parientes y vecinos, ni los mismos padres. 

El gran misterio queda oculto dentro de los estrechos límites de una mujer, María. El mismo Padre Larrañaga añade: “Como la virginidad es silencio y soledad, en el silencioso seno de una virgen solitaria se consumó el prodigio, sin clamor ni ostentación”. Conociendo a María y conociendo el proceder del mismo Dios, es el estilo de ambos.

Afuera, nada. ¿Y en el interior? El mismo autor: “En su interior debió haber grandes novedades, y la intimidad de la Madre debió quedar iluminada y enriquecida sobremanera. Su alma debió poblarse de gracias, consolaciones y visitaciones”. 

Era de suponer, en efecto que, durante los nueve meses de gestación, hubo de darse una identificación simbiótica y una intimidad única e irrepetible con Aquel que iba germinando silenciosamente dentro de ella, fruto de su vientre.

En el orden meramente natural, entre la madre y la criatura durante el período de gestación se da el fenómeno de la simbiosis, es decir, dos vidas que son una sola vida. 

La criatura respira por la madre y de la madre; se alimenta de la madre y por la madre. “Dos personas con una sola vida o una vida en dos personas”, como se ha afirmado muy gráficamente. Y aunque no sepan mucho de fisiología, viven tan inefable realidad.

Ahora bien, si la simbiosis es un fenómeno fisiológico, el mismo fenómeno, en lo psíquico, se conoce como intimidad, algo interior, de orden espiritual. Ambas realidades las experimentó María en grado sumo. Y esto en todas partes y siempre, dentro de la natural condición humana de cualquier aldeana de su tiempo: de noche, de día, haciendo oficio en la casa, camino a la fuente o al campo, a la sinagoga… “abismada, sumida, endiosada, concentrada y compenetrada o identificada con Aquel que era “vida de su vida y alma de su alma”, según el Padre Larrañaga, que concluye; “jamás mujer alguna vivió, en la historia del mundo, semejante plenitud vital y tanta intensidad existencial”.

Añade: “Aquí, durante estos nueve meses, todo se paralizó; y “en” María y “con” María, todo se identificó: el tiempo, el espacio, la eternidad, la palabra, la música, el silencio, la Madre, Dios. Todo quedó asumido y divinizado”.

En su momento, llegué a conocer bastante al Padre Larrañaga, admirarle y tratar de imitarle, especialmente en lo concerniente a la vida de oración, asunto en el que es, o fue, maestro. 

Y entiendo que cuanto queda expresado por él en este escrito sobre María es en parte fruto de su experiencia personal en esa vida de oración y a la que también usted queda invitado, hecho unión e intimidad con Dios a ejemplo de María.

Sigo, Dios mediante, otro día.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Lunes 17 Diciembre, 2018

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Juan Luis Mendoza

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