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Opinión

Denunciémoslo y no dejemos que pase otra vez

Editorial

La violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes es una lacra social que encuentra en la mentira y en el encubrimiento su caldo de cultivo. El dolor e impotencia de las personas vulnerables víctimas de tocamiento, acoso, exhibicionismo, pornografía y amenazas nos llenan de indignación, cuanto más, al constatar que esas heridas son imborrables y afectan por completo la vida de los abusados.

Los depredadores sexuales se pasean por las calles y pasan desapercibidos y confiados entre la gente. Pueden ser abuelos, papás, tíos y hermanos, algunos educadores, médicos, pastores o sacerdotes, personas exitosas, pensionados o desempleados, pobres o ricos, lo que tienen en común es que minimizan y encubren los efectos y la gravedad de sus acciones.

El abuso sexual infantil no es un hecho ni aislado ni exclusivo de una institución o grupo social. Adultos abusadores, en todos los ámbitos y estratos, con argumentos torcidos ejercen un sometimiento sobre las víctimas y, no pocas veces, quienes tienen la obligación de protegerlas terminan cometiendo estos delitos.

Por generaciones, el tema ha sido un tabú en los hogares, en las escuelas, en diversas instituciones y en la Iglesia Católica también. El contexto sociocultural en el que predominó el silencio y, en ocasiones, hasta la complacencia, inhabilitaba a las víctimas o a sus responsables para prevenir, impedir o detener estos actos de injusticia. 

Aunque muchos casos siguen sin ser revelados ni denunciados, afortunadamente para seguridad de las nuevas generaciones estas circunstancias han comenzado a cambiar. En la actualidad hay más información y recursos al servicio de las víctimas y sus familias; mientras que el miedo, la culpa y la vergüenza por las consecuencias sociales van quedando atrás, a lo que se suma que delitos de esta índole se abordan con todo el peso de la ley.

Recientemente, el papa Francisco en una conmovedora, pero, ante todo, enérgica carta se solidarizó, una vez más, con todos los menores que han sufrido a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia realizados por clérigos y personas consagradas, el sumo pontífice pidió generar en la Iglesia “una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse.” 

Francisco denuncia que si bien es cierto el dolor de estas víctimas durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado, su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron encubrir.

Inclusive se pretendió resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad: “Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños”.

Asimismo, haciendo suyas las palabras de Benedicto XVI manifestó: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!”.

La dura enseñanza que está desafiando a la Iglesia universal no puede ser ignorada por la Iglesia en Costa Rica. 

Con dolor, pero con sentido de responsabilidad ante la opinión pública, sin desconocer la magnitud y la gravedad de los acontecimientos, Monseñor José Rafael Quirós, Arzobispo de San José, tomó la iniciativa de iniciar el proceso en contra de un sacerdote por esta causa y de hacerlo público, dando muestras de que la Iglesia quiere dejar en el pasado la omisión y hacer de la solidaridad y del respeto a las víctimas la única forma de respuesta.

Otro tanto esperamos del resto de obispos y líderes espirituales en Costa Rica, para que sean los primeros promotores del trabajo que se realice para garantizar y generar espacios seguros donde se protejan la integridad de niños, así como de la implementación de la “tolerancia cero” y de los modos de rendir cuentas por parte de todos aquellos que realicen o encubran estos delitos pues, como pide el mismo Papa Francisco, no puede haber más demoras en aplicar estas acciones y sanciones tan necesarias.

La tarea es de todos. Cabría preguntar si otras instancias, en particular el Ministerio de Educación Pública, han reforzado los protocolos de actuación ante situaciones de violencia sexual. 

¿Con qué instrumentos cuentan los educadores para reforzar las acciones de prevención del abuso sexual contra los niños? ¿Qué herramientas se da a los menores para empoderarlos? ¿Qué hacen las instancias de Justicia y Seguridad para asegurar que el abusador o presunto abusador no esté cerca de las víctimas?

Como sociedad debemos reafirmar nuestro compromiso de lucha contra la impunidad y la violencia sexual hacia los niños, y que la política de cero tolerancia a cualquier acto que vulnere la integridad y los derechos de las personas menores destierre, de una buena vez, la nefasta cultura del encubrimiento.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Lunes 27 Agosto, 2018

HORA: 12:00 AM

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