Pobres, pero no de espíritu
La columna de Jaime Ordóñez
Andy Summer y Rich Mallet son dos investigadores del Institute of Development Studies de la Universidad de Essex, en Inglaterra, que acaban de publicar hace tres semanas un interesantísimo estudio síntesis sobre qué deberíamos entender por pobreza y, en sentido opuesto, por bienestar. Su artículo se llama “*Snakes and Ladders, Buffers and Passport: Rethinking Poverty, Vulnerability and Wellbeing*” (cuya traducción sería tramposa al idioma español) y, en lo fundamental, dice lo siguiente. La pobreza, y la lucha contra ella, es decir, la búsqueda del bienestar de los seres humanos tiene 3 dimensiones: la primera, el proveer a las personas acceso a los bienes materiales básicos; la segunda dimensión, las redes de intercambio social, humano y familiar; la tercera está relacionada con la existencia o no de expectativas y de proyectos de vida.
Esta nueva concepción sobre la pobreza y la privación, y sobre los resortes para generar inclusión social y bienestar, es mucho más sofisticada e interesante que los estudios econométricos sobre pobreza (líneas de pobreza definidas por el ingreso; o resultado del acceso o no a los bienes de las canastas básicas) que predominaron hasta fines de los años 80 e inicios de los 90.
El bienestar es un fenómeno que tiene varias dimensiones y facetas y la simple provisión de bienes básicos no resuelve el problema. Se trata de tener acceso a algunas otras cosas más. Por un lado, se genera bienestar cuando se tienen capacidades para hacer cosas o interactuar socialmente (libertad como capacidad, lo llamó el gran economista indio Amartya Sen hace unos 20 años) y también objetivos de vida, como parte de la integración a la sociedad, políticos, sociales y la existencia de expectativa, como las que nacen de la educación (como lo dijo otro gran economista, el estadounidense Joseph Stiglitz). El estudio de Summer y Mallet confirma todas esas hipótesis.
Por ejemplo, analiza un reciente estudio desarrollado por H.F. Kapur, un economista indio en la zona de Uttar Pradesh, India, el cual demuestra cómo se crean “escenarios de bienestar” en zonas históricamente muy pobres a partir de –además del acceso a los bienes esenciales (como comida, techo, vestimenta adecuada)– el afianzamiento de las redes de intercambio social, empoderamiento político, creación y promoción de formas tradicionales y no-tradicionales de actividades y ocupaciones.
La existencia de “zonas o franjas familiares” o sociales funcionan como redes de protección cuando se experimentan crisis económicas que generan vulnerabilidad a sectores de escasos recursos.
Esas “culebras o serpientes”, esto es las crisis económicas que generan vulnerabilidades en los sectores pobres, pueden ser soportadas por las “redes” o “*buffers*” de la protección social o familiar. Pero, adicionalmente, la existencia de un entramado político y social (en el cual las personas perciben que su voz es oída y cuenta), es decir, la inclusión en los intercambios humanos, es vital para generar una sensación de bienestar y vencer las crisis.
El último factor, absolutamente esencial, es la esperanza. Y aquí la provisión de educación resulta esencial, pues genera expectativas de superación. Son las escaleras o “*ladders*”.
Aún en escenarios de crisis económica y de pobreza estadística, la esperanza de un futuro mejor hace que la gente sobreviva. Y siga adelante. Sin este último factor no hay superación posible.
PERIODISTA: Redacción Diario Extra
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Lunes 27 Agosto, 2018
HORA: 12:00 AM
CRÉDITOS: Jaime Ordóñez / [email protected]
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