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Opinión

El cuido como determinante de la pobreza de las mujeres

Alejandra Mora*

La pobreza impacta diferenciadamente a las mujeres, por ello se ha acuñado el concepto de feminización de la pobreza, y de lo cual da cuenta la Encuesta Nacional de Hogares del 2014 que indica que la jefatura femenina está presente en el 45,4% de los hogares en pobreza extrema y en el 42,4% en los de pobreza básica. Desgraciadamente esta pobreza de las mujeres se exacerba cuando se le asocian o interseccionan otras condiciones de exclusión social como la edad, etnia y discapacidad, entre otras.

 

Comprender las múltiples causas de la pobreza y su impacto en las mujeres contribuye con su erradicación; una de las causas más importantes es la discriminación por género, que segmentó el trabajo en razón de la pertenencia a un sexo y colocó a las mujeres en el mundo privado, con enormes cargas de trabajo no remuneradas, las cuales se mantienen aún cuando las mujeres se inserten el mundo público laboral remunerado. Según la encuesta del Uso del Tiempo, las mujeres gastan más de 37 horas en el cuido y lo reproductivo, que comprende desde la atención a niños y niñas y personas adultas mayores del hogar, actividades de aseo, de estudio y hasta la preparación de alimentos, frente a las 15 horas que invierten los hombres en este mismo ámbito.

 

La segmentación sexual del trabajo limita las posibilidades de disfrute de derechos y oportunidades de las mujeres, en general, pero particularmente de las que se encuentra en pobreza, compromete la inversión del tiempo para estudiar, para trabajar remuneradamente, para su autocuidado, su salud, su derecho a una vida libre de violencia y calidad de vida, compromete su autonomía económica y el poder de sufragar las necesidades personales y del hogar más básicas. 

 

Mientras el nudo estructural de cuido siga siendo una responsabilidad de las mujeres, las oportunidades de insertarse en el mundo del trabajo remunerado se restringen a las jornadas parciales o en la informalidad, debido a que permiten la flexibilidad de horarios. Muchos de los trabajos de las mujeres están asociados a sus roles de género, como el cuido, la alimentación o la manufactura de ropa, que constituyen áreas que están saturados en el mercado laboral y que tienen poca remuneración. Muchas no tienen acceso a la seguridad social. No es casual que el trabajado doméstico remunerado sea el trabajo peor pagado en el escalafón de salarios y que exista una brecha de inserción laboral entre hombre s y mujeres del 3.8%. 

 

También afecta la disponibilidad del tiempo para la formación; muchas mujeres sólo lograron acceder a limitados niveles educativos, y además si iniciaron la convivencia en pareja y la maternidad siendo aún niñas o adolescentes, se les reduce aún más las posibilidades de permanecer en el sistema educativo. El 74,5% de las niñas y adolescentes que declaran estar o haber estado alguna vez en unión libre no asisten al sistema educativo, en comparación con quienes no están o han estado en unión, entre quienes el porcentaje asciende únicamente al 17% (UNFPA, 2012). Además, entre el grupo de quienes están o han estado en unión el 88,3% declara no trabajar, y de ellas el 57,3% se dedica únicamente a los oficios domésticos.

 

También hay una incidencia negativa en la salud, particularmente la salud sexual y reproductiva, el control del cuerpo para decidir si se quiere tener hijos e hijas, cuántos y el espaciamiento entre un nacimiento y otro, es restringuido y entre mayor número de integrantes tenga una familia, mayores son las exigencias de cuido y de tiempo para las mujeres.

 

Este recuento de datos, brechas y realidades lo coloco como espejo de las múltiples dimensiones de las pobrezas de las mujeres que limitan sus capacidades, sus fuerzas, el empoderamiento y las posibilidades de autonomía económica, las cuales no pueden ser invisibilizadas para efectos del establecimiento de los índices de la pobreza. 

 

La medición tradicional de la pobreza referida al ingreso, resulta muy limitada, porque las causas que particularmente atañen a las mujeres son diversas. Por esta razón esta Administración decidió migrar a una medición de la pobreza multidimensional, para profundizar y complementar el análisis exclusivo de ingresos identificando 5 dimensiones, como acceso a vivienda e internet, educación, salud, trabajo y protección social, con 19 indicadores.

 

Uno de estos indicadores de la dimensión social es el de exclusión de la fuerza laboral por atender las responsabilidades de cuido de personas dependientes, establecido en la Encuesta de Hogares, cuya potencia es dar cuenta directa del nudo emblemático de la discriminación contra las mujeres, con un resultado en su aplicación de que más 95% de quienes lo sufren son mujeres. 

 

Estas nuevas herramientas constituyen instrumentos para avanzar en el mejoramiento de la igualdad y calidad de vida de las mujeres, así como de la reducción de la pobreza. Este es el compromiso esencial del Gobierno, por eso el Inamu ha colocado el eje de la corresponsabilidad social del cuido como estratégico para el cumplimiento de este objetivo, que integre de mejor manera la participación de los hombres, del Estado, las empresas y la sociedad en su conjunto. 

 

*Ministra de la Condición de la Mujer

 

 

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Jueves 12 Noviembre, 2015

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