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Opinión

Editorial

Desde hace un par de años nuestra querida Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) entró en una especie de racha, era evidente que eso debía suceder pues durante muchas administraciones todo mundo metió mano. La CCSS fue el pato de la fiesta y nada se hizo por detenerlo.

 


De esos desmadres, hoy todos vemos frente a nuestros ojos la amenaza de quedarnos, en un mediano o corto plazo, en la ruina de la seguridad social pues aún (y sabiendo lo que anda mal hasta ahora poco se hace por corregirlo.

 


Pero más que un tema económico, de recursos, personal y de tecnología, la benemérita entidad (el trapito de dominguear de los costarricenses) encara una crisis peor; enfrenta una carencia de mística y vocación.

 


Éste, desde toda óptica, podría ser el efecto más grave de la situación que aqueja a la institución.

 


Si el personal de los centros médicos, entiéndase no solo especialistas en medicina, sino enfermeros, asistentes, misceláneos, guardas, encargados de farmacia y recepcionistas, no se toman el trabajo con ahínco y esmero el camino será tortuoso para ambas partes, pero más aún para los pacientes que, aunque fueran en módicas sumas, pagan el servicio.

 


Suficiente con pasar una noche-madrugada en la sala de emergencias de un hospital, ya de por sí es traumático observar aquellas personas buscando ayuda ante malestares verdaderamente feroces.

 


Y eso no es lo peor, frente a usted podría tener a un moribundo que espera por horas ser merecedor de atención.

 


Se oyen quejidos y eso es normal, llanto y desazón, peor las manecillas del reloj de pared de aquellos aposentos que se convierten en un martirio pues en medio de la noche, el frío y la resignación es como un taladro en el oído.

 


“Gracias a Dios hay oportunidad de recibir atención médica aunque eso implique pasar el día completo sentado en las bancas hospitalarias”, es la frase trillada que inunda las mentes de los usuarios del seguro. Habrá miles de justificaciones para aquél calvario que bastantes ocasiones acaba con acetaminofén, una regañada del doctor y un “si se siente mal regrese”.

 


Mientras eso ocurre, y la gente espera inmersa en lo que parece ser otro mundo, sobresale una realidad triste y cruel.

 


En los despachos médicos de la dimensión desconocida en que se convierten las salas de emergencias emergen con gabacha blanca, un canguro a la cintura y con los modelos más recientes y costos del calzado deportivo o de descanso, los muchachos y muchachos que hacen el internado.

 


Son visiblemente jóvenes, algunos no alcanzan ni siquiera los 25 años, su cara los delata y más aún las risas a carcajadas que se desbordan de sus bocas en medio de un mar de dolencias e inquietud.

 


Ellos son los doctores de las nuevas generaciones, vienen ya preparados en lo académico para asumir los puestos que poco a poco los experimentados dejan vacantes en el sistema hospitalario nacional.

 


Pero definitivamente dice el dicho “el hábito no hace al monje”. Muy cierto en estos casos, las gabachas y los estetoscopios no hacen al médico pues aunque en buena cantidad estos profesionales podrían haber brillado en los salones de clases, los años les deberán de educar en el amor y la entrega; eso es la medicina, respeto y convicción por el prójimo, pero ante todo por la vida.

 


Surge una pregunta, ¿quién supervisa estas prácticas profesionales, será acaso que estas rutinas académicas se convierten en tertulias ante la falta de conocimiento o es acaso que son la forma más discreta de ahuyentar a los enfermos?

 


La Caja debe poner mano dura con el tema y revisar quiénes y qué están haciendo en los centros médicos para ganarse los puntos que pide una universidad, la misma que fabrica a lo loco profesionales con poca mística y sin que el mercado los exija.

 


Qué triste es estar esperando ser llamado para chequeo médico y mirar a seis o siete internos piernas para arriba sobre las sillas y hasta sentados en el escritorio hablando del bar de moda, de los lances, si tienen o no hambre y más indignante aún la hora de ir a dormir en sus habitaciones hospitalarias.

 


No se trata de cercenar sus derechos tampoco, pero diferente sería ver a estos futuros médicos identificados con la población asegurada, con sus males y sus quejas, pues para ser sinceros el especialista que deja la humanidad en su casa para ir a a trabajar debería declararse incompetente para tales tareas.

 


A veces los dolores se calman no con una pastilla, sino con un palabra cordial, una buena explicación y sin mucho pedir una palmadita en la espalda. Los doctores y el resto del personal tratan con gente, no con ganado y esa es la gran diferencia.

 


La Caja está hasta el copete de carencias y problemas, pero el caos tan inmenso que le carcome es la falta de entrega y misión de aquellos que tienen en sus manos un paciente.

 


Que la CCSS no tenga dinero para solventar las grandes necesidades no implica que el trato humano se extinga paralelamente, por el contrario, es justo donde al mal tiempo hay que ponerle buena cara.

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Martes 18 Junio, 2013

HORA: 12:00 AM

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