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Opinión

Entonces hubo dos Pintos

El Pinto bueno, el que puso a nuestro país en la boca del mundo del fútbol, el que obligó al conglomerado universal del deporte, jalándolo de las orejas, como lo hizo con su empeño, voltear sus ojos hacia un pedacito de tierra, al que algunos siguen llamando Puerto Rico, los más avezados, Costa Pobre y por la que, por no tener pedigrí, ni historia futbolística que contar, otros incluso, apostaron hasta sus testículos, por las derrotas futuras ante excampeones mundiales, porque han vivido en un Olimpo donde nadie pudo entrar antes y menos un paisito como el nuestro, que no pasa de ser una aldea con luz eléctrica, que no ha podido resolver ni sus problemas sociales más elementales. Como lo dijo Romario de Souza Farías, donde no hay nada limpio, digno de verse y todo huele a podrido, me refiero al Olimpo donde pernoctan las gallinas de los huevos de oro, de las grandes transnacionales comerciales del deporte.

 

Ese Pinto, que ha creído y hecho creer, a quienes gustan del fútbol como disciplina práctica, que con esfuerzo y pagando un precio importante se puede llegar, a donde solo llegan los diferentes, no los mediocres, los serruchapisos y menos quienes acuden a sus jefes a acusar a quien se sale del canasto, para autofavorecerse o favorecer a otros.

 

Ese al que oí llamar muchas veces: “Maestro”, o “Profe”, como acostumbraron decirle, sin serlo, el que hizo que la “organización del fútbol nacional” provocara muchas opiniones favorables, por parte de actores mundiales, que sabían de Tiquicia solo por sus playas.

 

Y el Pinto malo, el que no toleraba nada, el militar que imponía una forma de ser distinta, que regañaba a quien tenía que hacerlo y nunca se acomodó a la práctica del “probrecito”, al que todo hay que pedírselo para cuando lo quiera hacer, al que hay que rogarle que haga las cosas que tiene que hacer o haga lo que tiene que hacer, como a él se le antoja y de la forma como le ronca hacerlo. Como en ciertas convenciones colectivas de trabajo del sector público, donde a parte del salario, a los “trabajadores” les pagan incentivos adicionales por ir a trabajar, a hacer lo que están obligados.

 

Ese Pinto que se enfrentó a quienes ya vienen torcidos desde mucho antes, desde cuando sus tatas les hacían las tareas escolares, que cuando los profesores los lastimaron con un mal modo, sus padres buscaron al maestro para arrearle por agresor y acusarlo ante el Ministerio, hasta que lo echaran, que copiaba en los exámenes trimestrales, que cuando practicaron fútbol, tuvieron a tanto mediocre en el medio, que los endiosaron, los erigieron Tótemes con pies de barro y los promovieron como intocables, a quienes no se les puede reprochar, ni con la mirada, porque solo ellos saben, aunque cuando hablen digan ‘haiga’ en lugar de ‘haya’ o ‘partío’ en lugar de partido. Artistas de los anuncios promovidos por fanáticos, no por verdaderos profesionales de la comunicación, amarillismo dirigido al sentimiento humano consumista.

 

Que cuando se van, siguen en lo mismo, que no le dan campo a nadie y que si llega alguien con mejores ideas o que significa un peligro para su status, se unen para sacarlo, como ha ocurrido después del negocio de la Sele, publicitada como de todos, cuando muchos sabemos, que no es de todos y por donde anda la procesión, con el gran queque.

 

La Sele no somos todos y menos, es de todos. La Sele es de quienes se montan en un avión privado, para el ágape, donde no hay cama pa’ tanta gente, como decía Celia Cruz, donde no cabe Isaías Caravaca, aquel viejo entusiasta, que poniendo plata de su bolsa, fundó y entrenó la ADG de Nicoya, pagando hasta la cazadora que los jalaba, haciendo rifas y sacando fiados, donde el chino Ajoy, los tacos que se puso Yanán Villegas, tampoco de Álvaro Corea, otro quijote de las canchas abiertas.

 

La Sele es de aquellos, no de todos, por eso mismo en las elecciones de ciertos equipos del fútbol nacional, no de todos, se gastan todos los recursos posibles y se hacen campañas electorales, como en una elección política común y corriente, porque todo es como todo y el hueso sabe bien.

 

El Pinto puede empachar. La Sele no es de los niños del Infiernillo de Alajuela, ni de los chamacos de los Cuadros de Goicoechea o de Guararí, ellos no reciben de la plata ganada, ni siquiera un lápiz escolar, pero se revuelcan en el suelo para que sus tatas les compren una camiseta roja o una postal para completar el álbum de Panini, sin que a nadie importe controlar los precios en que se venden. Como dijo Abel Pacheco: “más guaro y más tamales”.

 

La Sele es de los comerciantes, de quienes se autoproclaman por todos lados, el negocio, la bebida, el pollo, la pizza, el perro caliente o la hamburguesa oficial de la “Sele”. De ellos es la Sele, son los que ponen y quitan, a quienes pierden y pierden y pierden y pierden, y siempre dicen: “hay que seguir trabajando”, que llevan a la Sele a un mundial de fútbol y la clasifican 31 entre 32 competidores, que no pudieron ir a otro mundial porque no sostuvieron un marcador en USA, faltando solo dos minutos para que terminara el partido, que era el último peldaño.

 

*Profesor

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Jueves 21 Agosto, 2014

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Edilberto Escobar Cascante*

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