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Opinión

Siempre seré una mamá cangura

En julio del 2012 supe una noticia que me cambió la vida, sería mamá y desde ese instante mi vida nunca fue la misma.


Y es que a todas las mujeres a las que Dios nos ha dado esa bendición nos pasan por la mente muchas cosas, pero la que menos deseamos es que tengamos que cruzar las puertas del hospital con las manos vacías.


Tan sólo unas semanas después de recibir la noticia del embarazo, mi bebita nació. Si bien es cierto tenía muchos temores, sabía que mi vida y la de mi pequeñita dependían de quien la formó en mi vientre, Dios.


Si bien es cierto, el embarazo fue normal y lindo, el parto se complicó. En las 13 horas de labor que tuve siempre estuve acompañada de ángeles a mi alrededor y que estoy segura Dios puso ahí, esas personas que de forma silenciosa te dan la mano y de ayudan cuando llegan las contracciones, que cada momento son más insoportables.


Como igual son de insoportables los minutos de ansiedad que pasé cuando supe que mi bebé estaría en la Unidad de Neonatos del Hospital San Juan de Dios. Así fue, salí del hospital un día después de que ella naciera y dejé a mi bebita en una incubadora, sentí un dolor que me estremecía desde adentro, pero confiaba en que mi Dios estaría con ella y que con los cuidados de esos ángeles saldría adelante.


Durante una semana estuve junto a la incubadora, viendo como lentamente evolucionaba, y junto a mi esposo fui recibiendo noticias, algunas alentadoras, otras que me confundían pero seguí confiando.


En esa semana conocí muchas mamás y papás con historias muy diferentes, escuché historias muy duras y otras más que duras, pero después de llorar muchas veces en esas sillas de plástico azules que están fuera de la Unidad de Neonatos, supe que mi Dios es más grande que todos esos malos pronósticos.


Fue una semana en la que dejé de ser yo misma, una semana que no deseo en mi vida repetir, pero al mismo tiempo fue una semana muy valiosa, una semana en la que más que aprender a ser mamá, supe que muchas otras mamás pasan meses enteros comiendo la comida del hospital sin poder casi digerirla por pensar en sus bebitos.


Hoy después de 6 meses de que mi pequeña nació, doy fiel testimonio que todo al que espera en Dios, las cosas le suceden para bien, hoy puedo decir que más que aprender a ser mamá, supe que es ser una mamá cangura, una mamá que pasa viendo casi sin pestañar a su bebé mientras le cambian las vías, como con mucho cuidado le quita con un algodón las marcas de un electroencefalograma, o como escuchando malos pronósticos, aprende a ver las cosas de otra forma.


Hoy me queda la sazón de saber que Dios lo que promete lo hace, que usa a otras personas para cumplir sus promesas y que lo que aprendí de los ángeles de la Unidad de Neonatos es saber que no fui una mamá cangura, sino que lo seguiré siendo toda la vida.


*Periodista

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Sábado 24 Agosto, 2013

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Por: Antonieta Corrales

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