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Opinión

“Nadie es un monstruo si lo somos todos”**

Opinión

Noto una insana e injusta tendencia hacia el igualamiento. Y no me refiero a ese problema crónico que tienen muchos ticos con la jerarquía como presupuesto del orden, al que se rebelan impúdicamente, por creerse con una especie de título nobiliario. Y, por tanto, caciques, así no tengan ni galpón. 

De ese vicio cultural tan implicante, que supone mandos medios hiperempoderados y empleados hipersensibles, a los que no se les puede exigir, sino rogar, implorar y consentir, me he ocupado antes. 

Vengo ahora a señalar otra perfidia. La contenida en aquello de suponer como iguales a quienes no lo son. Me ocupo aquí, cortamente, del torpe giro de igualar hacia abajo, de la toxicidad derivada de agrupar maledicentemente, de la falacia de ignorar las evidentes diferencias, tendiendo a la ilógica práctica de echarlo todo y a todos, en un mismo saco.

Eso no va -o al menos no debería ir- para un pueblo, si bien muy maltratado política y económicamente, aun con reservas culturales suficientes para preciarse de educado, democráticamente.

Entonces corrijamos: no todos son lo mismo. Es más, no podrían serlo ni proponiéndoselo deliberadamente. No existe tal grado de coordinación en política.  Simplemente es imposible “gemelear” dos historias de vida. Ya ni decir cuando se trata de tres o más elementos. 

Son distintos los intereses, las tesis y los acentos. Como suelen ser diferentes también, las formaciones profesionales, las experiencias de vida y hasta los anhelos.  Además de “las juntas”. Esas buenas o malas compañías que tanto cuentan en actividades colectivas como la política, donde, sin equipo, sin delegación y sin lealtad, es poquísimo lo que queda.

En fin, vengo a abonar en un terreno que intuyo minado. Asumiendo, no obstante, el riesgo, por la responsabilidad que tenemos los formadores de opinión de guiar en medio de tanta confusión. Arrojando algunas luces. Sincerando en algo el debate. Elevando el periscopio. Siempre procurando asertividad.

Y ello, sin que las citas que siguen signifiquen, en modo alguno, adhesión. Mucho menos confesión. Desde que no estoy colaborando con ningún precandidato. Tampoco milito en ningún partido político. Nunca he militado. Posiblemente, un poco por talante y otro tanto por principios. 

En fin, el caso es que me parece tremendamente injusto, y ya no solo ingrato, decir que es lo mismo un Alpízar que un Figueres. O un Zamora que un Benavides. Ni qué decir un Suñol a un Muñoz o un Masís.

Simplemente, no cabe tanto facilismo. Eso es irresponsable, por más generalizados que estén, sambenitos así: “no hay santo en que persignarse, todos son iguales, lobos de la misma loma” o la versión más tropicalizada de esto mismo: “zorros del mismo piñal”. Todo resumible en el igualmente manido: “no hay por quién votar”. 

¡Cuidado con eso! Así empezó todo en las últimas dos campañas electorales y miren donde fuimos a dar. 

Prefiero partir de la buena fe y absoluto realismo, diciendo que no. Que no son lo mismo. Aún más, que algunos son comparables solo por sus aspiraciones políticas y la bandera que pretenden de cobija. Pero de esa vocación en fuera, poco o nada. 

Podría, quizás, aceptar que Figueres Olsen y Álvarez Desanti, por tradicionales, por vivir de la política y no para la política, por su desteñida bandera y sus poses, están cortados con similar horma. O hasta que un imperdonable y camaleónico Piza Rocafort sea tenido por primo del liberal e insistente Guevara Gutt, o hasta por compinche del cínico y desenmascarado Solís Fallas, de quien fue compañero en este gobierno saliente. Pero hasta ahí. 

Se impone decir: ¡déjense de pendejadas! Y de repetir como loritas ese insultante: “no hay por quién votar”. 

Hoy vengo a levantar una señal de alto. No igualemos como ignorantes. No caigamos en la cacofonía de siempre y el divisionismo que nos entrampó. No otra vez. Por la patria, por favor no. ¡Alto ahí!

Hay gente buena que rescato, mientras pongo zaranda a ese saco en que hordas irreflexivas amenazan con echarlos; defenestrando su sacrificio personal, su valentía política y su arrojo patriótico.

Son “solo” precandidatos. Lo que, en todo caso y al mismo tiempo, ya es mucho si reparamos en que, pese a la toxicidad de “nuestra” política, el prebendalismo de la prensa de “los de siempre” y el caudillismo de los partidos “de ellos”, esas renovadas opciones dieron más que un paso al frente. Y, así las cosas, merecen por ello y más, la mínima consideración del electorado: diferenciarlos. 

No es cierto que no haya por quién votar en esos partidos. Aun cuando sí esté claro por quién, definitivamente, no votar. 

Y ello aún sin demérito de esperar qué harán otros desde fuera, como Rodrigo Chávez o el propio Walter Muñoz.

Opciones hay y habrá más. Al menos para los que hemos visto pasar lo suficiente debajo del puente como para asimilar que la política no es un ejercicio de -ni para- ángeles. Como tampoco las elecciones, un restaurante chino a la carta.

 

*Abogado litigante

**Nota: el título es una referencia a
 Simone de Beauvoir.

PERIODISTA: Redacción Diario Extra

EMAIL: [email protected]

Sábado 17 Abril, 2021

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Pablo Barahona Krüger*

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