El modelo económico que no deja a nadie atrás
Licda. Giannina Perea Furniss
El hecho de que el Covid-19 ha generado estragos en la economía de Costa Rica es un dato que nadie podría negar. Junto a la recesión y el cierre de comercios, el desempleo ha aumentado a 20% en el caso de los hombres y a 30% en el caso de las mujeres, sin contar el incremento en el subempleo. En algunos sectores productivos, el golpe ha sido aún más demoledor, como sucede en el caso del turismo, que es a su vez un sector clave de la economía nacional.
Ante este panorama tan sombrío, resulta urgente la revisión del modelo económico imperante. Los modelos económicos tradicionales son lineales: suponen que el proceso inicia con la extracción de materia prima, se pasa a la producción, la comercialización, el uso y finalmente al descarte del producto cuando este ha cumplido su vida útil. Ante los problemas ambientales que ello plantea, en los últimos años han existido acercamientos a otro tipo de modelos, como lo es la economía circular.
A grandes rasgos, se puede decir que el modelo de economía circular consiste en reincorporar los componentes o los materiales de los productos cuya vida útil ha acabado -y que de otra forma se descartarían- para reincorporarlos al inicio del proceso productivo. Ello no solo evita el desperdicio, sino que elimina de forma significativa la contaminación y permite atenuar el impacto de la extracción excesiva de la materia prima. Durante los últimos años, se han dado algunos acercamientos a estas ideas en nuestro país, incluyendo la realización de foros y seminarios, así como las iniciativas de algunas empresas particulares en iniciar la transición hacia este modelo.
Pese a lo anterior, existe un tercer modelo económico que resulta altamente significativo para nuestro contexto actual. Se trata de la “economía de la dona”, modelo desarrollado por la economista Kate Raworth, investigadora de la Universidad de Oxford. El modelo busca un balance entre dos grandes límites: un techo ambiental, que representa la afectación máxima que pueden sufrir los elementos ambientales del planeta sin generar daños ecológicos; y la base social, que señala los elementos mínimos que se deben garantizar a todos los miembros de la sociedad para asegurar una calidad de vida digna.
El techo ambiental engloba 9 elementos, entre los cuales están la acidez de los océanos, la contaminación del aire y la pérdida de biodiversidad. Por su parte, la base social cuenta con 12 elementos, entre los cuales se incluyen las necesidades básicas tradicionales (como la alimentación o el acceso al agua) junto con otros elementos novedosos, como lo son la igualdad de género, la paz, las comunicaciones, entre otros. Con este enfoque, se busca sobrepasar el desarrollo sostenible hacia un desarrollo regenerativo y priorizar las necesidades de la población para que puedan disfrutar de una vida digna. La idea básica consiste en no sobrepasar los límites ambientales y a la vez garantizar estándares mínimos de satisfacción en los elementos sociales. En definitiva, una de las grandes ventajas del modelo es que hace compatible el desarrollo económico con la idea solidaria de “no dejar a nadie atrás”.
La necesidad de un modelo como este resulta evidente a estas alturas del siglo XXI. La humanidad enfrenta la crisis ambiental más grande de la historia, pero de ninguna forma ello implica que pueda darse marcha atrás en cuanto al cumplimiento de los derechos humanos. Es así como, desde el punto de vista de la responsabilidad social empresarial, lo que anteriormente consistía en una inversión a largo plazo o en un simple plus, hoy en día resulta totalmente imprescindible para asegurar una calidad de vida aceptable para los seres humanos. De hecho, el modelo ha comenzado a ser implementado a nivel municipal en Ámsterdam y hasta el momento ha dado excelentes resultados.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver este modelo con el contexto nacional actual? ¿Qué puede aportar la perspectiva de la dona ante la emergencia del Covid-19? Resulta muy claro que la transición hacia este modelo a nivel nacional, provincial o incluso municipal no figura dentro de las posibilidades realistas a corto plazo. No obstante, la implementación de esta nueva perspectiva puede resultar radicalmente beneficiosa para algunos sectores específicos, entre ellos para el más golpeado por la pandemia: el turismo.
Según los datos de las Naciones Unidas, el sector turismo enfrenta, debido al Covid-19, la pérdida de 1 trillón de dólares y de 100 millones de empleos a nivel global. Costa Rica no escapa a esta tendencia, siendo que este sector es uno de los más afectados a nivel nacional. La brutalidad de este golpe no solo tiene dimensiones económicas, sino también sociales, ambientales y culturales, pues tal y como lo hemos experimentado en nuestro país, el turismo fomenta la conservación del ambiente y de los sitios históricos, fortalece el lazo entre las culturas y permite la entrada de ingresos a las poblaciones vulnerables o marginalizadas. Adicionalmente, en las últimas décadas el país le ha apostado a la economía de servicios y al turismo como uno de sus principales motores de desarrollo, por lo que la reactivación de esta actividad resulta imprescindible.
Ante la necesidad de replantear las actividades de este sector durante una pandemia que no da tregua, la implementación del modelo económico de la dona puede resultar en un parte aguas para los miles de personas cuyos ingresos dependen de esta actividad. Es por esto que las empresas de turismo asociadas a la Cámara de Holland House han decidido explorar la transición hacia esta nueva perspectiva. Esperemos que su ejemplo inspire a otras empresas relacionadas con la actividad turística a seguir por la misma línea durante el proceso de reactivación, con miras a que nadie se quede atrás durante estos tiempos que son, no solo de crisis, sino también de renovación.
