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Opinión

Educar contra la barbarie

Sandra Piszk Feinzilber*

El pasado 27 de enero, por tratarse de la fecha en que se conmemora la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, se conmemoró una vez más el “Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto”, efeméride aprobada por unanimidad mediante Resolución 60/7 por la Asamblea General de Naciones Unidas desde el año 2005.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el atroz régimen nazi y sus colaboradores asesinaron despiadadamente a unos seis millones de hombres, mujeres y niños judíos, en un intento de aniquilar sistemáticamente a la comunidad judía de Europa. Asimismo, movidos por su ideología racista, persiguieron y mataron a millones de personas de otros grupos, entre ellos a gitanos, personas con discapacidad, opositores políticos, homosexuales y a miembros de muchos otros colectivos. 

La barbarie demostrada ilustra uno de los capítulos más tenebrosos de la historia por los niveles alcanzados de intolerancia e irrespeto por la vida, integridad y dignidad de seres humanos, entre otros incontables crímenes de odio que 72 años después mantienen heridas abiertas en los cuerpos, las almas y el imaginario colectivo de la humanidad. 

Sin embargo, por desgracia no se trata de un caso aislado y más bien representa una terrible realidad que han sufrido distintas colectividades en otras partes del mundo como la península Balcánica, Ruanda, Camboya y un largo etcétera que incluso hasta nuestros días, afecta negativamente a grupos humanos en diversos lugares. 

El extremismo que desemboca en las más diversas formas de violencia, autoritarismo, discriminación e intolerancia encuentra sus raíces en estigmas y prejuicios que se arraigan consciente o inconscientemente en los patrones culturales de algunas naciones, reproduciendo patrones de conducta que llevan a menospreciar personas o grupos de personas por su condición étnica, religiosa, política, cultural, de discapacidad o sexual, convirtiéndose en caldo de cultivo para que incluso los más mínimos detonantes internos o externos incrementen el odio y la persecución a manifestaciones diversas de una especie: la humana. 

La invisibilización, el menosprecio y el desconocimiento de los aportes a la cultura y el desarrollo de las naciones que realizan los distintos grupos humanos son factores que se deben combatir desde la academia, la política y la planificación de políticas públicas, para lograr un efectivo reconocimiento e identificación del crisol de aspectos estructurales que conforman países como el nuestro, que al menos ha dado un paso en positivo hacia su reconocimiento constitucional como multiétnico y pluricultural. 

Con el fin de hacer efectivo ese reconocimiento constitucional, debemos tener presente que las sociedades discriminatorias, son sociedades fragmentadas, desiguales, proclives a la violencia y con escasos vínculos de solidaridad, mientras que el tipo de sociedad al que apuntamos, donde se lucha contra la discriminación, resulta más próspera, más coherente, más libre y más solidaria. Unas y otras pueden ser democráticas, pero la calidad de su democracia depende de qué tan fuerte sea su esfuerzo antidiscriminatorio.

Si no combatimos como sociedad las distintas manifestaciones de discriminación, hacemos imposible el disfrute de derechos y oportunidades para un amplio conjunto de personas y grupos, a quienes abandonamos y excluimos como si se tratara de personas de segunda o tercera categoría. 

 

El desarrollo de una cultura de la no discriminación implica crear consciencia en la población a través de educación integral respecto a que todas las personas somos iguales en dignidad y derechos fundamentales, independientemente de su origen, características, preferencias y convicciones. La lucha contra la discriminación significa ampliar nuestra idea de igualdad para que a la igualdad frente a la ley agreguemos una igualdad real de oportunidades, derechos y deberes. 

El compromiso debe ser a través de políticas de Estado que en el marco del derecho a la verdad, integren esfuerzos en el desarrollo e implementación de políticas públicas que fortalezcan la educación y formación en derechos humanos de manera transversal en la cotidianidad de nuestras naciones, así como en el acceso igualitario a las distintas esferas políticas, económicas, sociales e institucionales que componen cualquier país. 

Para el caso costarricense, desde noviembre del año anterior, diputados de cuatro partidos políticos presentamos a la corriente legislativa el Expediente No. 20.174 “Ley Marco Para Prevenir y Sancionar Todas las Formas de Discriminación, Racismo e Intolerancia”, el cual constituye un gran paso en positivo, en concordancia con las más altas normas de derecho internacional en la materia, tomando en cuenta la premisa de que en derechos humanos, todo punto de llegada, representa un nuevo punto de partida, en la tutela y promoción de derechos, pues la tarea es siempre inacabada y especialmente perfectible.

Que el tributo a las víctimas del holocausto sirva de recuerdo que no estamos exentos de barbaries de esa naturaleza y que el respeto, promoción y consolidación de derechos humanos, es un compromiso del que ninguno de nosotros se puede sentir ajeno. 

Eduquemos contra la barbarie para poder consolidar como sociedades un: ¡Nunca más!

 

*Diputada

Partido Liberación Nacional

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Viernes 03 Febrero, 2017

HORA: 12:00 AM

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