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Opinión

Filosofando

Marcela Chacón

Cuando los años ya lo han llevado a uno por sendas de fácil travesía así como por otras “donde asustan”, resulta más sencillo aceptar sin aspavientos las situaciones que la vida va presentando, algunas con cariño y juego de pólvora y otras a manera de macetazo en la cabeza. Supongo que es hasta entonces que empezamos a comprender realmente algunas cosas muy simples como el hecho de que si tenemos dos orejas y una boca es para que hablemos la mitad de lo que escuchamos y que si el cerebro está situado a una altura superior al corazón, es para que, aunque nos embarguen los sentimientos, actuemos racionalmente.

Así las cosas, parte de esta montaña rusa que llamamos existencia consiste en valorar lo que se tiene, tanto material como intangible: las personas que amamos, la salud, el trabajo, los buenos ratos, el techo sobre nuestras cabezas o un buen plato de sopa en la mesa.

A menudo tendemos a olvidar dar gracias por cosas que consideramos lógicas como las que he mencionado, creyendo que somos acreedores de todas ellas y que aún se nos queda debiendo. Entonces es cuando aparece el inesperado en forma intempestiva y nos “socollonea” el piso, con lo que repentinamente caemos en cuenta de la fragilidad de nuestro entorno y de nuestro propio ser.

Más de una vez he escuchado el refrán que dice que lo único que tenemos es el ahora pues el pasado ya se fue y no sabemos si el mañana llegará o no; por lo general lo oigo como una cantaleta y no me detengo a profundizar en su significado y me imagino que usted tampoco, y hoy podría ser un buen momento para rumiarlo por unos minutos y “echarlo en el saco”.

La pérdida inesperada de un ser querido, la noticia de una enfermedad seria o amanecer sin trabajo un viernes cualquiera, son tan solo algunas de las cosas y casos a los que inevitablemente nos corresponderá hacer frente en algún momento. Y permítame contarle que ninguno resulta digerible de primera entrada y que se requiere hacer acopio de fuerzas y entereza para sobrellevarlos sin caer en la autocrítica malsana o en una angustiante depresión.

Procuro contar mis bendiciones cada mañana y dar gracias por ellas. Hoy es el único momento en que tengo certeza de tenerlas y me comprometo a disfrutarlas al máximo. Después de todo, cuando baje el telón de mi último acto, lo único que llevaré como equipaje será lo comido, lo vivido y lo bailado. Por eso le invito a hacer una rápida lista mental de todo lo bueno que lo acompaña desde el instante en que abrió los ojos y a ser consciente de que la vida es un minuto y que entre más fuerza imprimamos a cada segundo para exprimirle hasta la última gota de jugo, más lleno estará el vaso de nuestras satisfacciones.

La felicidad comienza por agradecer; de allí en adelante, todo es ganancia. Un abrazo.

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Martes 16 Agosto, 2016

HORA: 12:00 AM

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