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Opinión

Crimen sin castigo

La maestría de Fedor Dostoiewski creó el castigo para el crimen. Aquí, Costa Rica, largos días sin respuestas, acaso desinterés, no existe castigo para un provocado crimen. El asunto es para ponerse a temblar. Las orejas de lobo feroz asomaron en la ruta a Moín con un acto terrorista extraído de los clásicos manuales del tenebroso género cuyo fin sería mortificar hasta la muerte. Trágico mensaje a la sociedad costarricense. 

 

La avería llevada a cabo por expertos en el manejo de pistolas de fuego, que derriten estructuras metálicas, cortaron las bases de sendos puentes Bailey de 60 metros de longitud sobre el río Moín para que los equipos y personal que los transiten se precipitasen al vacío. 

 

Traición al desarrollo del país, cobardía refugiada en las sombras del anonimato, homicidio planificado porque, amén de destruir bienes materiales, se esconde brutal agresión contra la supervivencia de sencillos trabajadores que faenan en el trasiego portuario. 

 

Ni la anticipada visión del posible doloroso llanto de hijos y viudas, ni el repudio generalizado que ocasionaría la tragedia buscada y, dichosamente, controlada a tiempo, retuvo, en nefasta víspera, el descarado intento de tan penoso naufragio en tierra.

 

Hay culpables, tiene que haberlos: los que mandan y pagan. Y los que ejecutan y cobran por tan diabólica tarea. Una combinación de valores anti/patria, defensores de posiciones mezquinas. La oscura máscara de la pasión exacerbada cubre las manos de las alimañas que empujaron la destrucción para un desastre provocado.

 

Tan escandalosa alarma no ha merecido siquiera la reacción sindical. 

 

Ese velado ejército de Costa Rica que impone condiciones al resto de la ciudadanía, tan avivado, siempre, a protestar en las calles apenas atisba un pelo en la sopa burocrática, se quedó mudo pese a estar en juego la existencia misma de compañeros de sudorosa lucha laboral.

 

Y nada digamos del complejo y acomplejado núcleo duro del sindicalismo, tan radical aquí como en la Conchinchina, anidado en el entramado de Japdeva que cuida celosamente la integridad de su poder territorial pero se calla cuando surge una amenaza tan descomunal y despreciable como la descubierta en los aledaños de Moín. Silencio es la respuesta. 

 

Bajo la impronta genial del ingenioso presidente Ricardo Jiménez Oreamuno, se inmortalizó la frase, labrada en el bronce de la Historia: Tres días duran los escándalos en Costa Rica. El espeluznante hallazgo, sabotaje profesional, cuidadoso, detrimento de ilimitada proyección, sólo mereció una solitaria fecha del conocimiento amplio de causa. Apenas una protesta (Cartas a la columna) sintetizada en tres pulgadas de texto, recogió la reacción de la opinión pública. Avisados estamos. ¿Esperamos, si los hubiere, a que los muertos reclamen? 

 

Nada tampoco asomó en las ventanas palaciegas del orden, vigilancia y protección cívica. No se trata, efectivamente, del ritmo terrorista del mundo islámico, pero el desafío al Estado de Derecho de Costa Rica es más que evidente. Quien, quienes, cometieron el delito buscaban un brusco retroceso al desarrollo nacional, por propio interés. Golpe a la mayoría.

 

La Civilización, sin embargo, es terca: Se mueve, avanza, sin desánimo, hacia adelante. Los hijos superan a su padres. Y el planeta evoluciona en sentido positivo, sin descanso. Mal hacen los trasnochados de turno colocando frenos a las ruedas del progreso.

 

Aclarados los nublados, humo de paja, juego de tronos en Cuesta de Moras, la sensación mediática paralizó la cuestión latente del preparado atentado de Moín. Y, descarnadamente, ahí está. Más que rebeldía contra la sociedad es un enfrentamiento a los principios de convivencia. Merece enfrentarse con la máxima capacidad gubernamental. 

 

Ministerio de Seguridad, DIS y OIJ, sin demora, caiga quien caiga, deben buscar a los culpables. Exhibirlos públicamente, condenarlos con el peso de la ley. Ejemplo de respeto y rigor de gobernanza es la correspondencia de las autoridades para con el pueblo.

 

Existe un trasfondo delictivo, cruel, en el delicado asunto. Y disponemos de la ley para desenmascarar a quienes buscan desestabilizar a Costa Rica. Cueste lo que cueste, los desdichados protagonistas del turbulento suceso tienen que ser puestos en custodia carcelaria amén de explicar, al detalle, las razones que los condujeron al atentado.

 

Tan grave es el percance que menoscaba el prestigio del país cuando los universales clarines de buenos augurios proclaman al territorio tico como uno de los lugares más felices sobre la Tierra. Vengan en auxilio de la pesquisa Mossad, FBI o Scotland Yard. La misión es clara: Hallar las raíces, sin tregua, de los que urdieron tamaña ofensa de sangre.

 

La fuerza más poderosa que debe obligarnos a actuar es la conciencia colectiva. La ignorancia del que delinque retrata a gente que cree pisar fuerte sin saber que camina sobre arenas movedizas. Redimir al pecador, mediante las tablas de la ley, pone a cada cual en su lugar. No escatimar empeño en revelar nombres y el porqué del pretendido ataque es rumbo acertado para los poderes del Estado. 

 

Alrededor de 600 millones de colones es el costo de reparar el estropicio. El pueblo, es ya costumbre, aguantará la pesada carga, tal es la salida habitual para los penosos perjuicios. Una justificación más que induce/obliga a los poderes a llegar hasta las últimas etapas del hallazgo de los culpables.

PERIODISTA: José María Penabad López

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Martes 14 Julio, 2015

HORA: 12:00 AM

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