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Opinión

Cooperativas de consumidores

Gustavo Fernández Quesada*

Las empresas cooperativas son de dos tipos: de generadores de productos o servicios y de consumidores. Si bien en Costa Rica coexisten ambas modalidades, durante los últimos tiempos se evidencia un significativo declive en el surgimiento de las cooperativas de consumidores, pese al éxito palpable de aquellas que funcionan actualmente.

Los orígenes históricos, nacionales e internacionales, del modelo cooperativo se dieron para satisfacer las necesidades de consumo de grupos organizados, cuyas familias no podían acceder a bienes alimenticios básicos. Gente muy humilde, tejedores de franela en Rochdale (Inglaterra) o artesanos en San José, fundaron hace decenas de años las primeras cooperativas para el autoconsumo de abarrotes a precios bajos. Esos fueron los inicios de un sector social, fundado en la premisa de que las personas unidas pueden satisfacer mejor sus necesidades de nutrición, salud, vivienda y educación, bajo un esquema solidario y sin fines de lucro.

Según datos de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), hoy las cooperativas dan empleo a más de 100 millones de habitantes y asocian a mil millones de seres humanos. En Costa Rica operan cerca de 600 cooperativas integradas por niños, jóvenes y adultos. El cooperativismo corre por la venas de nuestra nación, pues se estima que uno de cada cinco ciudadanos está asociado a una cooperativa de ahorro y crédito, electrificación, café, lácteos, educación, salud, palma aceitera o transportes, entre otras. 

Por mi experiencia, puedo asegurar que las personas tienden a ver el cooperativismo como una opción de autoempleo (directo o indirecto), a partir del ejercicio de sus profesiones u oficios, más que como una alternativa para contar con mayores oportunidades de consumo de artículos o de servicios de calidad. Por ejemplo, el agricultor que se une con otros colegas para procesar y comercializar juntos sus productos.

El caso del cooperativismo de consumo es diferente. Aquí hablamos de un colectivo de vecinos que se organiza para fundar una clínica de salud en el barrio, un abastecedor, un colegio privado o un proyecto de vivienda digna. Al aportar capital social se convierten en dueños de la cooperativa, por lo que gobiernan el negocio y a la vez son usuarios del mismo. Si bien ellos pueden trabajar allí, lo habitual es que contraten a los especialistas que les ofrecerán el servicio (médicos, ingenieros, docentes, etc.) en mejores condiciones que el mercado.

Esto no es una quimera. Desde 1955 en Costa Rica operan cooperativas de ahorro y crédito cuyos dueños son los mismos consumidores de servicios financieros, en su mayoría maestros y profesores. Algunas de esas 61 cooperativas superan los 100 mil asociados o codueños y juntas cubren el 10% del escenario financiero nacional. Sin embargo, en los últimos 10 años solo se han fundado dos cooperativas de este giro en nuestro país.

Otro ejemplo muy interesante de consumidores organizados son las cuatro cooperativas de electrificación rural, que desde hace medio siglo brindan energía a los habitantes de la Zona Norte, Guanacaste y Los Santos. También hay magníficos ejemplos de padres de familia organizados en cooperativas para ofrecer educación de calidad a sus hijos mediante la fundación de escuelas y colegios en Cartago, Alajuela, Limón y Coronado.

Por su parte, el cooperativismo de consumo en vivienda y abarrotes no ha sido tan prolífico, quedando los ciudadanos a expensas de grandes capitales nacionales o transnacionales con desarrolladoras inmobiliarias, por un lado, o cadenas de supermercados por otro. En materia de salud existe un gran desafío en el plano de los consumidores como dueños, aunque allí hay que destacar el excelente servicio de las cooperativas integradas mayormente por médicos, enfermeras y profesionales de la salud.

Hoy por hoy, sueño con un país donde el cooperativismo destaque como opción de primer orden para que las familias puedan disfrutar de productos y servicios de calidad y a bajo costo, gestionando por sí mismas los medios de producción. Pensemos, por ejemplo, en un centro turístico dirigido por los usuarios, un servicio de trenes gobernado por los viajeros, una televisora donde la audiencia fija la línea editorial, un supermercado comunitario, una veterinaria-albergue para la protección y el cobijo animal, un hospital liderado por los pacientes, un equipo de futbol cooperativo, propiedad de su afición, o un acueducto sostenible y administrado por los beneficiarios del recurso hídrico bajo este modelo.

Todo ello en el marco de estrictos estándares de excelencia empresarial, buenas prácticas de gestión y modernos métodos de fiscalización o control, como bien lo establece la Ley de Asociaciones Cooperativas No. 4179.

Se trata de la sociedad civil emprendedora y organizada bajo esquemas autóctonos y democráticos, actuando en grande a través de una figura jurídica de la economía social solidaria que ha demostrado ser un eficiente instrumento para la justa distribución de la riqueza.

 

* Director Ejecutivo, Infocoop

 

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Jueves 25 Mayo, 2017

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