Soy una mujer divorciada de 31 años. Me separé de mi esposo hace tres años y hace cuatro meses firmamos el divorcio. Yo a él no lo malquiero, traté de que la separación fuera por las buenas y estoy rehaciendo mi vida. Pero tenemos un hijo en común y, cuando nos vemos, siempre me pregunta con quién salgo, me pasa mensajes, les habla a mis papás de que yo ando en fiestas, y me dice que siente muchos celos.
A pesar de que el divorcio como recurso para terminar un vínculo tiene más de treinta años de haberse vuelto un fenómeno usual en nuestra sociedad, todavía muchas parejas no entienden el verdadero alcance de una separación.
Aunque suene ingenuo recordarlo, el divorcio da por terminados todos los deberes de pareja y entre ellos la fidelidad. Así que cada uno se convierte nuevamente en un ser independiente que no tiene que pedir permiso ni dar explicaciones ni a la expareja ni ninguna otra persona. Esto es válido aun cuando se tengan hijos en común.
En el ámbito popular se dice que con el divorcio “cada uno para su casa y Dios para la de todos”, que es una forma de recalcar que ya no debe existir intromisiones entre los que hoy son expareja. Esto a veces lo olvida no solo el ex, sino también las familias de ambos, que los siguen viendo como si estuvieran casados y se convierten en fiscales de la vida de ambos.
Por eso, ante cualquier crítica o intento de control se debe procurar una conversación respetuosa y amena, sea con el ex o con las familias, dejando claro que hay una nueva realidad que deben aceptar. Además, evitar a toda costa cualquier conversación orientada a inmiscuirse en la vida privada.
