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Opinión

En el bicentenario del Pbro. Francisco Calvo

Juan Diego Castro Fernández / Carlos Guillermo Vargas Fernández

Después de asesinar a don Juanito Mora (30-09-1860) y al general José María Cañas (02-10-1860), el Gobierno homicida de José María Montealegre Fernández y sus esbirros ordenó capturar al capellán Francisco Calvo, quien logró salvar su vida escapando (03-11-1860) en el vapor “Guatemala” hacia Panamá y Guayaquil, Ecuador (1860) y finalmente llegó a El Callao, Perú, en 1861.

Ojalá algún día la Asamblea Legislativa se atreva a honrar a uno de nuestros grandes patriotas, nacido hace dos siglos, el padre Francisco Calvo que participó como primer capellán en la Columna del Río San Juan, en la guerra contra los filibusteros esclavistas, durante siete meses entre 1856 y 1857. Acompañó a nuestras “tropas en toda la campaña con un espíritu y tesón tan patriótico como cristiano” (Gaceta Oficial 11-07-1857). Redactó los dos libros de los que murieron en la campaña de 1856 y en la segunda campaña, documento histórico de inconmensurable valor que aún se conserva en el Archivo Histórico Arquidiocesano Mons. Bernardo Augusto Thiel, quien adquirió la bóveda en el Cementerio General de San José, donde yacen los restos del Padre Calvo desde su muerte (18-06-1890). Mientras el capellán agonizaba en el Hospital, su arrendante Héctor Polini sacó sus muebles de la casa y a los pocos días de su entierro abrió su mortual para cobrarle 48 pesos que le debía de alquileres.

Don Joaquín Bernardo Calvo hizo constar que el Dr. Andrés Sáenz, médico del ejército y el Padre Calvo “dieron ejemplo de abnegación admirable permaneciendo en Rivas al lado de los enfermos del cólera, mientras su permanencia fue necesaria”. Por su valentía recibió el grado de coronel efectivo y la condecoración de la Cruz de Honor, de manos del Presidente Juan Rafael Mora Porras.

Según don Rafael Obregón Loría, nuestro afamado historiador y ex gran maestro de la Gran Logia de Costa Rica: “el sacerdote Francisco Calvo nació en Cartago (14-09-1819), hijo de doña Petronilla Castillo -hermana de Florencio Del Castillo- y del presbítero doctor Juan De Los Santos Madriz, adoptado por el Padre Rafael del Carmen Calvo. Entre 1831 y 1841 realizó estudios universitarios en Nicaragua y obtuvo los títulos de Bachiller en Teología, Filosofía y Derecho Civil. En 1844 fue nombrado docente en la Universidad de Santo Tomás. En 1847 obtuvo su cuarto bachillerato, esta vez en Derecho Canónico, año en que se ordenó sacerdote en la ciudad de Comayagua, Honduras. En 1849, como sacerdote en la Parroquia de Cartago, impartió los cursos de Filosofía, Gramática Latina y Gramática Española”.

El sacerdote Calvo fue iniciado como aprendiz masón (02-06-1862) y obtuvo el grado de maestro masón (12-09-1862), en la Logia Cruz Austral No. 5. en El Callao, Perú. Recibió los grados capitulares del Rito de York, en la Logia Capitular Estrella Boreal No. 74 y posteriormente los grados del Supremo Consejo. Ya en Costa Rica, funda la Respetable Logia Caridad No. 26, piedra angular de la Masonería de Centroamérica.

Desde hace 8 años, en La Gaceta número 111 del 9 de junio de 2011 fue publicado el “Proyecto de ley para la declaratoria de benemérito de la Patria Francisco Calvo” (Exp. 17911) del diputado José Roberto Rodríguez Quesada, quien expresó atinadamente: “El presbítero Francisco Calvo fue una persona caritativa que dio ayuda y consuelo a los menesterosos y su nombre se recuerda con cariño como uno de los benefactores del Lazareto, donde fue capellán de los leprosos por muchos años y a quienes sirvió con verdadera piedad. En varias ocasiones, el padre Calvo formó parte de la Junta de Caridad de San José, institución que sembró la semilla de lo que hoy se conoce como la Junta de Protección Social, cuyos aportes a la salud, la igualdad y la equidad son innegables y reconocidos por la sociedad costarricense”.

Los maestros masones del Rito de York, aquí y en el mundo entero, somos hombres libres y de buenas costumbres, que creemos en Dios, en Jesucristo y en la inmortalidad del alma, sostenemos que el trabajo es deber y derecho del hombre, y lo exige a sus adeptos como contribución indispensable al mejoramiento de la colectividad. Propugna y defiende, además, los postulados de libertad, igualdad y fraternidad, y, en consecuencia, enfrenta la hipocresía y la ambición, los privilegios injustos y la intolerancia.

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Sábado 14 Septiembre, 2019

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