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Opinión

Escenas breves

Juan Luis Mendoza

Con el título de escenas breves, el Padre Larrañaga se refiere sucesivamente a la noche de Navidad, al encuentro con el anciano Simeón y la profetisa Ana en el templo de Jerusalén, y a la presencia de María en el Calvario. Vayamos, pues, a recordar y meditar un poco en esas escenas descritas en los evangelios.
Podemos imaginar a María a punto de dar a luz al hijo, en medio de la más absoluta pobreza, hecha disponibilidad y silencio, dulzura y entrega. En efecto, y como lo advierte nuestro autor, “la noche de Navidad está llena de movimiento: llega la hora de dar a luz, la Madre da a luz, envuelve en pañales al recién nacido, lo acuesta en un pesebre, la música celestial rompe el silencio nocturno, el ángel comunica a los pastores la noticia de que ha llegado el Esperado, les da la contraseña para identificarlo, vámonos rápidamente -dicen los pastores- llegan a la gruta, encuentran a María, José y el Niño recostado en el pesebre, seguramente les ofrecieron algo de comer o algún regalo, les contaron lo que habían visto y oído en esa noche, los oyentes se admiraron…”.
¿Y María? “María, por su parte, puntualiza san Lucas, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). En medio de todo, dulce, feliz, silenciosa como siempre, pues nunca una experiencia es tan profunda como cuando no se dice nada…
Saltamos al templo de Jerusalén en el que, por la presencia del Niño recién nacido se produce una gran conmoción. Simeón, animado por el Espíritu Santo, toma en brazos al Niño y exclama que puede ya morir en paz porque sus ojos han contemplado al Esperado, cuyo destino será destruir y construir, demoler y levantar, y a la Madre le pronostica su parte en el destino de ruina y resurrección. Por su parte, Ana, una venerable anciana, se siente sorpresivamente rejuvenecida y prorrumpe en alabanzas del Niño…
Y en medio de tan inesperadas y sublimes manifestaciones, ¿cómo reacciona, qué hace, qué dice María? De nuevo san Lucas: “Su Madre estaba admirada de las cosas que se decían” (Lucas 2,33).
Por su parte, el Padre Larrañaga observa que “debió vivir tan intensamente aquellos episodios, que se le grabaron vivamente los nombres, la edad y las palabras de aquellos ancianos, y después de muchos años retransmitió todo fielmente a la primitiva comunidad”.
La tercera escena, el Calvario. El Padre Larrañaga resume: “En el Calvario, la Madre es una patética figura de silencio”. El Calvario es la cruz, los clavos, los soldados, los ladrones, el centurión, los sanedritas, el temblor de tierra, el rasgarse el velo del templo, la oscuridad repentina, las burlas, las palabras: perdónalos, no saben lo que hacen, hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, tengo sed, mujer, he ahí a tu hijo, en tus manos entrego mi espíritu, todo está cumplido…
Y María, ¿qué hace, qué dice? “Junto a la cruz de Jesús estaba, de pie, su Madre” (Juan 19,25). El Padre Larrañaga reflexiona: “En medio de ese desolado escenario, esa Mujer en pie, es silencio y soledad, como una piedra muda. Ni gritos, ni histerias, ni desmayos, posiblemente ni lágrimas. María hecha abandono, disponibilidad, fortaleza, fidelidad, plenitud, elegancia, fecundidad, paz…
Para cerrar el escrito, nuestro autor sintetiza sobre María: “En resumen, de María apenas sabemos nada. No sabemos cuándo murió, dónde murió, ni siquiera si murió. Existen mil teorías sobre los años que vivió María”. Lo que sí sabemos, al ser definido dogmáticamente por Pío XII, en 1950, es que fue asunta al cielo en cuerpo y alma.
Sí, María “aparece en la historia como por sorpresa. Y desaparece enseguida como quien no tiene importancia”, afirma el mismo Padre Larrañaga y concluye: “Por un breve y brillante momento apareció la Estrella y dijo: solo Dios es importante. Y la Estrella desapareció”.

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Sábado 05 Enero, 2019

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