Pecado, gluten y cascabel
¿Me lo apunta? / Jaime Hernández
Un menú para todos. Vaya que eso es difícil en estos tiempos. Cada uno tiene sus tradiciones gastronómicas muy arraigadas, sus dietas por convencimiento o necesidad. Hay aquellos que decidieron, por la razón que sea, que el gluten les hace daño, o el cas, o la lechuga roja (lollo rosso se llama) y cada uno tira para su saco produciendo mareas enormes de información, opiniones, publicaciones y puntos de vista. A mí sin sal, quiero el huevo frito pero con la yema bien cocinada, mi carne la quiero en término medio, solo tomo té blanco. Y ahí seguimos pegados a nuestras decisiones mientras el mundo se mueve muy ocupado y sin tiempo de atender tanta especificidad. Hay casado, usted escoge la carne. Ah, no, ¿ve? Yo así no puedo, yo quiero berenjena. Hmm, no tenemos. Solo casado. Y empieza todo otra vez: no, es que no me gusta y no puedo comer así.
En el transporte público: quiero pagar con tarjeta. Ah, eso no se puede, se nos complica mucho. Ah, OK, perdone. ¿Me lleva al centro? No, no hago viajes cortos. Ah, disculpe, es que llevo estas bolsas. Sí, pero no. ¡Qué tirada! ¿No viene el tren? No, un camión se le atravesó y ahí están tratando de separarlos. Parece que no oyó el pito. ¡Pero es que es un alto! Sí, pero el del camión no lo oyó. ¡Es un alto! Sí, a veces no se oye el pito. Caramba. Y el día que algún teórico lo separó en tres jornadas, acá nos saltamos la jornada del ocio porque aún no llegamos a casa. Ocho horas de trabajo y seis de desplazamiento comienza a parecernos normal. Sí, ponga música. Gracias, no se me había ocurrido. Y el ocio se tradujo a sostener los audífonos por horas. Ya no vi los chiquillos, y del partido solo el resumen.
¿Por qué voy a pagar yo si ese no paga? Ya resolveremos con ese, por ahora pague usted. Estamos tratando de que ese también pague. Todos deben hacerlo. ¿Pero yo debo comenzar? Parece así, señor, pero vamos por etapas. Eso no me gusta. Sí, a nadie le gusta pero así es como vamos. Siempre yo, siempre yo.
Eso es pecado. Yo no soy religioso, señora. Sigue siendo pecado. Para usted señora. No, no para mí, para dios. La entiendo, pero yo no pienso así. Ah, m´hijito, así no es la cosa. Pecado es pecado, que ya me gustaría a mí cometer alguno, pero no se puede si es pecado. En serio, señora, yo no creo en eso. En serio, caballero, eso nos tiene sin cuidado. Más bien lo estamos cuidando de irse a los mismos infiernos. Le repito, yo no creo en eso. ¿Cómo que no cree en la vida eterna ardiendo como una candela por los siglos de los siglos? Así como lo oye, señora, no lo creo. Igual es pecado, señor, entienda. La entiendo, sí, pero no creo en eso. A usted como que le hace falta ir a mi grupo de oración, vamos, lo invito. Ya fui, señora. La pasé malísimo, de verdad. No se preocupe por mí y deje de arreglar mi vida, que no está desarreglada. ¿No está desarreglada, dice? Pero si es que yo veo el pecado y tengo que corregirlo. Es mi sino. Yo la dispenso, señora. Despreocúpese. ¡Qué pecador tan difícil es usted! Y si viera lo fácil que soy. ¿Cómo dijo? Que no soy difícil, que trato de que mi vida sea fácil. Hmm, no sonó así, mal portado.
Así estamos, amigos. Un país demasiado partido, dividido, divorciado, y encima atrapado entre tanta opinión y posición. Poner orden es tarea titánica, heroica, pero necesaria. ¿Quién acabará por ponerle el cascabel al gato? Yo solo puedo informarme. Estar al día. Saber qué se trama y reaccionar, razonablemente espero.
