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Opinión

Mujer de fe

Juan Luis Mendoza

La vida de María es para nosotros los creyentes ejemplo de una mujer de fe, tal como dejamos explicado en escritos anteriores. A propósito, el Padre Larrañaga afirma: “La Madre también fue caminante. Recorrió nuestras propias rutas, y en su caminar existieron las características típicas de una peregrinación: sobresaltos, confusión, perplejidad, sorpresa, miedo, fatiga… Sobre todo, existieron interrogantes: ¿Qué es esto? ¿Será verdad?, y ahora ¿qué haremos? No veo nada. Todo está oscuro”.

Para muestra, he aquí dos situaciones repetidas: “Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él” (Lucas 2,33). “Pero ellos no entendieron la respuesta que les dio” (Lucas 2,50). Usted habrá rezado más de una vez el rosario y habrá oído el enunciado del misterio: La presentación del niño Jesús en el templo y la purificación de la Madre. En efecto, desde los días de Moisés existía una ordenación según la cual todo primogénito masculino –“de hombre o animal”- era propiedad especial del Señor. El primogénito animal era ofrecido en sacrificio, y el primogénito hombre era rescatado por sus padres en un precio estipulado por la ley. Por otra parte, la mujer que había dado a luz quedaba “impura” por un tiempo determinado y había de presentarse en el templo para ser declarada “pura” por el sacerdote de turno en el servicio. Dirá usted: ¿de qué tenían que rescatar a Jesús?, ¿de qué había de purificarse María? Son obedientes a Dios, a su ley. Han de dar buen ejemplo en su vida de fe.

Y ahora volvamos al “misterio” de gozo del rosario. Está María con el Niño en brazos en el templo de Jerusalén. Impulsado por el Espíritu Santo, se presenta en medio del grupo un venerable anciano, y tomando en sus brazos a Jesús se dirige a los peregrinos y devotos para declararles que ese niño es el Esperado de Israel, luz que brillará sobre las naciones, bandera de contradicción, unos en contra, otros a favor, ruina y restauración… Y que él, el anciano Simeón, ya puede morir en paz, pues se han colmado sus esperanzas… ¿Cuál es la reacción de María? Queda muda, “admirada”, por todo aquello que se decía. El Padre Larrañaga comenta: “Todo le parecía tan extraño. ¿Estaba admirada? Señal de que algo ignoraba y de que no entendía todo, respecto al misterio de Jesús. La admiración es una reacción psicológica de sorpresa ante algo desconocido e inesperado”.

Pero volvamos un poco atrás, al nacimiento de Jesús en Belén, Lucas 2,8-16. Es de noche, y unos pastores que guardan las ovejas del rebaño, de pronto se ven envueltos en una luz y oyen que se les comunica la buena nueva de que ha llegado el Esperado, el Mesías. Que vayan a verlo. Lo reconocerán en un pesebre y entre pañales. Marchan rápidamente y, en efecto, lo hallan con María y José, a quienes cuentan lo dicho por los ángeles. San Lucas agrega: “Y todos los que los oyeron se admiraban de lo que decían” (2,18).

Saltamos al hallazgo en el templo, Lucas 2,41-52. Después de varios días y al hallarlo, la Madre tiene una descarga emocional, un “¿qué hiciste con nosotros?” La respuesta del niño es seca, cortante, distante: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” María no entiende lo que le dice el hijo, y queda a oscuras, pensando, eso sí, qué querrían significar esas palabras y especialmente su actitud.

El Padre Larrañaga comenta: “La afirmación sobre la extrañeza (Lc 2,18; 2,33) e ignorancia (Lc 2,50) de María, no pudo salir sino de la misma boca de María. La comunidad, que la veneraba tanto, jamás hubiera dicho por su propia cuenta noticias que menoscabaran la altura y veneración de la Madre. Esto está significando que esa información se ajusta rigurosamente a la objetividad histórica y que –la información- solamente pudo haber salido de los labios de la Señora”. Y añade: “Entre paréntesis, la escena resulta profundamente emocionante: la Madre, en el seno de la comunidad, explicando a un grupo de discípulos, con naturalidad y objetividad, que tales palabras no las entendió, que tales otras le resultaban sorprendentes… La Madre fue conmovedoramente humilde. María fue, fundamentalmente, humildad”.

Consecuentemente, concluye: “No es exacto decir que María fue invadida por una poderosa infusión de ciencia. Y que por la vía de permanentes y excepcionales gratuidades se le eclipsaron todas las sombras, se le descorrieron todos los velos y se le abrieron todos los horizontes. O que desde pequeña sabía todo lo referente a la historia de la salvación y a la persona y destino de Jesús. Esto está contra el texto y contexto evangélicos”.

Y aún añade: “Aquí está la razón por la que muchos fieles sienten un “no sé qué” respecto de María. La idealizaron tanto, la mitificaron y la colocaron tan fuera de nuestro alcance, tan fuera de nuestros caminos, que mucha gente sentía, sin saber explicarse, íntimas reservas frente a aquella mujer mágica, excesivamente idealizada”.

En efecto, igual que todos nosotros, también María va descubriendo el misterio de Jesús con la actitud típica de los anaguin, o pobres de Yaveh: abandono, búsqueda humilde, disponibilidad confiante… María, pues, es una peregrina, una mujer de fe que camina entre luces y sombras en busca del Padre Dios y su voluntad. Igual que nosotros. Así, sí, nuestra Madre común nos resulta atrayente, imitable.

Sigo en otros escritos, Dios mediante.

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Sábado 14 Julio, 2018

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