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Opinión

Total novedad

Juan Luis Mendoza

Desde el principio de su vida pública Jesús suele predicar en la sinagoga y en algún descampado, y pronto seguido por multitudes. Su lugar preferido, lo es en los comienzos, por las aldeas que bordean el lago de Tiberíades, y más en concreto Kafarnaún.

¿De qué habla? Nada nos impide el espigar en los evangelios psinópticos algunos temas fundamentales que el Padre Larrañaga llama “los secretos íntimos”. Núcleo central: el Padre Dios. Y, en ese sentido, el autor inmediatamente citado pone en boca de Jesús el arranque: “Dios cambió de nombre: ya no se llama Yahvé, se llama Padre”. Y añade: “Nosotros no podemos ofrecerle más que lamentos y lágrimas, pero Él nos bañará en el mar de la ternura, y otra vez nos reiremos y seremos felices”.

Entresacamos, a continuación, algunos conceptos conocidos por todos, pero que merecen una atención y reflexión especial. Aquella pregunta que Jesús les hace a los padres si son capaces, aunque sean malos, de dar a un hijo una piedra cuando les pide un pan o una serpiente si les pide pescado. No. Con los hijos son pura solicitud y cariño. ¿Qué no hará, pues, el Padre del cielo, del que procede todo lo bueno? Y esto de modo absolutamente misericordioso, gratuito e inmerecido. Sin esperar nada de nuestra parte.

¿Y qué decir de la Providencia del Padre del cielo? Uno podía pensar que el Dios Altísimo, allí arriba, se desentiende de sus creaturas e hijos en sus necesidades. Pero no es así. Al contrario. Contando con nuestro aporte nos provee de alimentos, vestidos y techo. “A Dios rogando y con el mazo dando” y “Ayúdate que Dios te ayudará”. Hay que trabajar, sí; pero con paz y esperanza, seguridad y alegría. El padre Larrañaga pone en boca de Jesús estas palabras: “Antes de que abran ustedes la boca para pedir algo, Él ya está inquieto por lo que ustedes necesitan. Aunque siempre hayan oído hablar de un Dios vestido de relámpagos, hoy van a sentir que el vasto mar de su Amor los llama eternamente a su seno”.

Jesús invita a sus oyentes a que se fijen en las aves del cielo, cómo el Padre las alimenta abundantemente sin necesidad de que se afanen trabajando para que no les falte, pues sabe muy bien que los seres humanos somos más importantes y valiosos que las otras criaturas.

Hay quienes se quejan de que no tienen un buen físico, estudios, fama, plata… Y sufren. “La felicidad, advierte el padre Larrañaga, no está en tener o no tener sino en aceptarlo todo con paz. El Padre distribuye entre sus hijos los regalos y las contrariedades y, a veces, éstas son señal de un mayor cariño porque la contrariedad, sobrellevada con paz, es una callada tempestad que quiebra y desgaja las ramas muertas”.

Después Jesús les invita a que se detengan a ponderar el colorido y belleza de las flores, grandes y pequeñas. Nosotros lo hemos hecho y nos hemos maravillado al extremo de que al comparar lo “natural” de lo creado por Dios que es inigualable. Y todo para deleite de sus hijos… Sí, a propósito, yo recomiendo fuertemente volver a la naturaleza y, mediante ella, al Padre Dios, su bondad y esplendor, su providencia…

El padre Larrañaga concluye: “Ahora bien, si una flor, que no vive los años de una araucaria, sino que, a la mañana brilla y a la tarde muere, así la viste el Padre, ¿qué no hará con ustedes, hijos inmortales de un Padre inmortal? Ustedes no envejecerán ni morirán como las flores, los cedros, los vestidos, las noticias, sino que brillarán como las estrellas eternas en la casa de mi Padre; y Él ya tiene preparada una estancia para cada uno, y de nuevo, reiremos y seremos felices”.

Jesús se extiende en la charla y trae a cuento la alegría que vive una anciana que pierde dentro de la casa una moneda y busca y busca hasta encontrarla, lo que le causa una gran alegría que comparte con las vecinas… Así, y más, es el Padre cuando un hijo se aleja de la casa paterna y, en su momento, vuelve. El hijo pródigo… El Padre es así, y más. Mucho más, sin comparación.

En otro punto, nada del “ojo por ojo y diente por diente”. Eso no es propio del Padre, aunque aparezca en el Antiguo Testamento. Es más bien lo contrario: el perdón, el devolver bien por mal, el amor preferencial por los que yo llamo las tres “pes”: los pequeños, los pobres y los pecadores. Suena extraño, pero así es el Padre. En palabras del autor más arriba citado, “las primicias del banquete están reservadas para los últimos y extraviados. Los que ocupaban el último lugar de la fila serán invitados a la cabecera de la mesa”.

La novedad era evidente. El pueblo estaba acostumbrado a que le hablaran los doctores y sacerdotes de mandatos, reglas, prohibiciones…, lo que sonaba a muerte. Ahora todo se le muestra como primavera y vida. Cierto: “Jamás se vio cosa igual en Israel” (Mateo 9,33).

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Sábado 27 Mayo, 2017

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