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Opinión

La sabiduría del anciano

Juan Luis Mendoza

Observa el psicopedagogo español Bernabé Tierno Jiménez que “el declive intelectual que padece el anciano afecta fundamentalmente a la capacidad de aprendizaje y a la agilidad mental; pero subsiste, e incluso se acentúa su sabiduría práctica, su capacidad o habilidad para tratar con eficacia las situaciones de la vida con arreglo a la experiencia pasada”.

Juan Pablo II, por su parte, escribe que “los años pasan aprisa, el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”. 

En consecuencia, el Papa, en su Carta a los ancianos, no duda en subrayar que la ancianidad es la época privilegiada de la sabiduría, del consejo prudente, de la madurez guiadora y de la sensatez familiar y la expresión de la bendición divina. Los ancianos son los “depositarios de la memoria colectiva” y, por eso, “intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia humana”. Y concluye que “los ancianos deben ser tratados con amor y generosidad. Los ancianos pueden darnos mucho más de cuanto podáis imaginar. No los desprecies, y júntate a él porque gozosa es su sabiduría”. ¿Cómo no tenerlo presente a la hora de pensar en los ancianos y las posibilidades con que cuentan para bien de la familia y la sociedad, fruto tanto de los estudios hechos como de la vivencia personal?

Se ha dicho que “la sabiduría es necesaria para guiar el mundo y la inteligencia para hacerlo ir adelante”. Pues, nada, a aunar ambas cosas, la ancianidad y la juventud de la mano. Aunque entre nosotros, a diferencia de otros países, aún perdure la gente joven, o ya entrada en la madurez, sabido es cómo va consolidándose el progresivo crecimiento de ancianos que superan, no pocos con una buena salud, 75, 80 y aún más años. Se trata de un fenómeno nuevo en la historia y es, según los entendidos, el hecho demográfico más sobresaliente del siglo pasado.

Y, bien, todo ello contribuye a que los abuelos “jóvenes”, y otros que no lo son tanto, se desempeñen con suficiente soltura como verdaderos educadores complementarios en el seno de la familia y no sólo en los fines de semana y en las vacaciones sino durante un buen tiempo del día en el caso de los cónyuges que trabajan, y sus hijos son muy pequeños y han de quedar en casa.

¿Estarán los abuelos en capacidad de educar? Bernabé Tierno Jiménez, buen conocedor del tema, afirma: “Puedo decir que, en general, buena parte de los abuelos que todavía están en plenitud de facultades suelen ser con sus nietos mejores educadores de lo que fueron con sus propios hijos. Saben corregir errores pasados y están dispuestos a formarse y aprender a educar”. A propósito, he observado que en las charlas y cursos que ando dando por aquí y por allá, un porcentaje grande de los asistentes es de personas mayores, que no sólo buscan proseguir en la educación (entendida como mayor conocimiento para superarse personalmente en todos los aspectos del ser humano) sino que lo hacen también para prepararse a un mejor trato con los demás, en especial con los niños y jóvenes de la familia, pues son conscientes de que lo necesitan y que, además, cuentan con mucho tiempo libre, mucho amor que dar, gran experiencia y sabiduría y la necesidad de ser y sentirse útiles.

Los padres, urgidos por otras atenciones, no disponen a veces del debido tiempo para estar con los hijos, dialogar tranquilamente con ellos, traerlos y llevarlos a la escuela, ocuparse de cómo les va en ella, la salud y demás. Para esos momentos y otros semejantes, ahí están los abuelos que pueden cumplirlos a la perfección.

¿Peligro? El que sean “complacientes” con los nietos y les hagan caprichosos, flojos e irresponsables. ¡Ojo! De ello tratamos otro día, Dios mediante.

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Sábado 11 Junio, 2016

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