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Opinión

América Latina (y las lecciones no aprendidas)

Jaime Ordóñez

San José, Costa Rica.- Una vez más la historia se repite, como Sísifo y su piedra eterna. Después de más de una década de bonanza económica en América Latina, empieza ahora una contracción de la economía mundial y la región sufrirá. Y esta contracción, originada por la desaceleración de grandes mercados como Europa, pero también los emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), impactará directamente la región pues, en más de una década de crecimiento y bonanza no se hicieron bien las tareas: no se generó ahorro interno; no se hizo economía anticíclica, no se invirtió en I&D y, en consecuencia, no se añadió mayor valor agregado a nuestros productos. En lo esencial, seguimos siendo, hoy al igual que hace un siglo, un exportador neto de productos primarios. América Latina produce hoy día apenas el 4% del conocimiento mundial, no mucho mejor que hace tres o cuatro décadas.

 

Las predicciones son negativas. Como han indicado la OCDE y la Cepal, el ritmo de expansión económica de América Latina será el más modesto de los últimos cinco años. El crecimiento del PIB fue del 1,5% al 2,0% en 2014 (2,5% en 2013, 2,9% en 2012), y se recuperarán ligeramente al fin de este 2015 hasta el 2,5%-3%. Pero empezarán a declinar en 2016 hasta el 2020. La disminución en la compra de calorías, proteínas y otros productos primarios de las grandes economías mundiales debilitará la región.

 

Seguimos siendo profundamente dependientes de los vaivenes del mercado mundial y -en lo fundamental- nuestra región vive un “dolce-farniente”, según el cual nuestros países se contentan con vivir fácil, exportar sus granos, su minería, su agroindustria, carne, etc., negocios no laboriosos -que no alteran sus estructuras productivas ni estamentos sociales. Cuando hay dinero en las arcas, no se introduce conocimiento al proceso productivo. En dos palabras, no sabemos invertir en el futuro. ¿Dónde está la trampa? Por dónde se examine y con pocas excepciones, América Latina parece tener dos grandes falencias como parte de su ADN cultural que, si no se corrigen, nunca podremos hacer los cambios que sí hicieron otras regiones del mundo.

 

UN SISTEMA EDUCATIVO MEDIOCRE. Veamos los problemas en el sistema educativo. La cobertura es muy desigual. Mientras los países OCDE tienen una cobertura del 80% al 95% de la totalidad de su población joven, América Latina es desigual y deficitaria. Centroamérica no logra graduar más del 45% de sus jóvenes de educación secundaria y otros países de Suramérica fluctúan apenas entre el 50% y el 70%. Pero allí no acaba el problema. No basta con sacar jóvenes con títulos de secundaria a la calle. La clave es que sean competitivos y ello tiene que ver en mucho con la capacidad de abstracción del sistema educativo. Allí entra nuestro pobre rendimiento con las pruebas PISA (Program for International Students Assessment) de la OCDE.

 

Las últimas pruebas del año 2012 (en el 2016 serán anunciados los nuevos resultados) demostraron que en Shanghái, China, apenas un 3,8% de estudiantes no aprobó los test de matemática y razonamiento abstracto (y un 8,2% en Singapur o un 9,1% en Corea). Mientras, los porcentajes latinoamericanos fueron lamentables. En Chile, el país latinoamericano mejor ranqueado, un 51,1% falló; en México un 54,7%, en Uruguay un 55,8% y en Costa Rica la perdió un 60% de los estudiantes. Estamos muy lejos del promedio de OCDE, donde malogra apenas un 23,3%. Este hecho nos está matando como región. Significa algo muy grave: un 40% de competitividad educativa de una región que logra graduar de secundaria apenas la mitad de sus jóvenes, supone que, a fin de cuentas, solo un 22% de nuestros jóvenes podrán ser competitivos ante el mundo. El restante 78% se nos quedará en el camino.

 

POBRE INVERSIÓN EN I&D. El otro problema es que no invertimos en investigación y desarrollo. Como ha sido mencionado extensamente, mientras la OCDE invierte entre un 2,5% y un 3% de su PIB en I&D, el promedio latinoamericano es realmente bajo, de un 0,5%. Los rangos fluctúan entre los bajísimos 0,15 y 0,25 de la mayoría de países centroamericanos, al 0,45 de Costa Rica o el 0,55 de Uruguay. Solo Brasil araña un 1% de su PIB en I&D y, mal que bien -y a pesar de sus problemas políticos internos de los últimos tiempos- hoy es una economía BRIC con capacidad incluso de lanzar satélites. El resto seguimos viendo la tecnología como el niño pobre observa la vidriera o el escaparate de regalos en las Navidades.

 

¿Cómo cambiar este estado de cosas? La solución deberá venir de nuestros gobernantes y nuestras clases políticas pero, una vez más, parece que en la potencial solución está justamente el problema. No hay relevo de ideas ni modernización por ningún lado. En cualquier lugar del mundo, las grandes reformas fueron acompañadas de nuevos liderazgos y nuevas formas de gobierno. Las endogamias políticas, los caudillismos personales, de familias o de partidos favorecen las inercias y las tranzas internas de grupos de interés que impiden cualquier cambio significativo. El hecho que la familia Kirchner haya predominando en la última década y media de la historia política argentina, las reelecciones vitalicias que se observan en el ALBA (Morales, Correa, Chávez-Maduro); la sempiterna presencia de Ortega en Nicaragua o el anuncio de la tentación reeleccionista en Honduras, o de la vuelta de viejos caudillismos en Chile o Costa Rica, son apenas pocas muestras de una tendencia que impide que la región avance.

 

Y detrás de todo ello está el presidencialismo cesarista, un signo de premodernidad. En algún otro artículo hemos insistido en que 29 de las 30 naciones de la OCDE, las más avanzadas del planeta, tienen régimen parlamentario, con una sola excepción, los EE.UU., que, sin embargo, tiene un Senado y un Congreso todopoderoso. Pero nosotros seguimos amarrados al presidencialismo vertical. Hay algo esencial de la historia del progreso y el desarrollo que los latinoamericanos no estamos leyendo correctamente.

 

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Lunes 19 Octubre, 2015

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: La columna de Jaime Ordóñez

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