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Opinión

Redimir con Jesús

En esta serie de escritos me he propuesto ayudar al lector o lectora a que sea más feliz, cualquiera sea su situación recuperando la paz interior, reencontrando el sentido de la vida y la alegría del vivir. 

 

El redimir con Jesús para lograr todo ello en medio del sufrimiento supone todo un aprendizaje que, a su vez, implica el entender, asimilar y vivir la realidad del dolor a la luz de la fe cristiana. Si usted la tiene, como es de esperar, siga leyéndome.

 

En síntesis y como lo afirma el padre Larrañaga, “el cristiano que sufre asociado al dolor de Cristo y en unión con Él, no encuentra solo consuelo en la tribulación sino que completa a los padecimientos del Señor”. Y, de ese modo, añade, “el que sufre en silencio y paz, como Jesús y por Jesús, no confiere solamente al dolor un sentido sino también una utilidad dinámica y fecunda”. 

 

Es decir que, si Jesús redimió al mundo aceptando el dolor, todo cristiano que se asocie a ese dolor con el suyo propio participa de la acción redentora del propio Jesús. Redime con él.

 

Ciertamente que la pasión y muerte del Señor son suficientes para la salvación del mundo entero. Porque el Padre, en su providencia, ha dispuesto que el dolor humano pueda entrar en el plan redentor del Hijo, siempre y cuando se padezca con esa intención. 

 

De ahí la importancia de tenerlo en cuenta a la hora de tener que soportar cualquier mal. No rechazarlo sino aceptarlo y ofrecerlo con amor con ese fin, unidos a Jesús. 

 

Y así hay que hacerlo, ante todo con uno mismo y, con el ejemplo y la palabra, enseñarlo a los demás que padecen, en vez de crearles falsas expectativas esperando, sin más, un milagro.

 

Se habla de la Iglesia, Cuerpo de Cristo integrado por todos los bautizados y, en cierto sentido, por todos los seres humanos, miembros unos de otros. Y la analogía con el cuerpo humano nos puede ayudar a entender aquello de que “todos ganamos en común y perdemos en común” de manera íntimamente unida y solidaria, en nuestro caso en orden a la redención. 

 

“Hay, pues, en el Cuerpo de la Iglesia -concluye el padre Larrañaga- una intercomunicación de ganancias y pérdidas, de gracia y pecado”.

 

Y añade: “Dado este misterio, tú no puedes preguntarte: ¿por qué tengo que sufrir yo las consecuencias de los pecados de un drogadicto o de un estafador de otro país? ¿Qué tengo que ver yo con ellos? Sí tengo mucho que ver porque todos los bautizados del mundo estamos misteriosamente intercomunicados. Si ganas tú, gana toda la Iglesia, si pierdes, pierde toda la Iglesia”.

 

Esta doctrina tiene relación con lo que cuenta Isaías sobre el “siervo de Yahvé” que cargó sobre sus hombros todos nuestros pecados y nos libró de ellos con su pasión y muerte. A esa pasión y muerte nosotros los bautizados unimos nuestro dolor haciéndonos otros siervos de Yahvé para sufrir por los demás y contribuir con Jesús a la redención del mundo. 

 

Y así y “en cierto sentido, como advierte el padre Larrañaga, podemos decir que el dolor ha sido vencido o que, al menos, ha perdido su más temible aguijón: el sinsentido”.

 

A la luz de todo esto vemos, pues, cómo hoy también muchos, incluyendo inocentes, sufren por los demás, por su salvación, asumiendo sus sufrimientos y ofreciéndolos al Padre en unión con Jesús. 

 

El autor inmediatamente citado lo dice así: “Sabiéndolo o sin saber, están sufriendo y muriendo por los demás, con Cristo y como Cristo cargando sobre sí las cruces de la humanidad”. 

 

Parecería injusto el pagar unos por otros, pero desde que Jesús padeció y murió en la cruz, todo está dispuesto para que, a la luz de la fe, participemos del misterio que supone el dolor humano de este modo padecido en silencio y paz en la espera de la gloria y dicha de la resurrección. Es el misterio pascual, el misterio cristiano.

PERIODISTA: Juan Luis Mendoza

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Sábado 07 Marzo, 2015

HORA: 12:00 AM

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