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Opinión

Un genocidio a cámara lenta: el colonialismo de población en Palestina

Por estos días se informa que tras bombardeos sostenidos por parte del ejército israelí que han dejado cientos de infantes, mujeres, y familias palestinas arrasadas, los tanques y tropas proceden a realizar una limpieza terrestre. Esto se realiza en lo que el Estado de Israel llama un “ataque defensivo y legítimo”, y es el episodio presente de una larga política de ocupación, un colonialismo de población que ha convertido la Franja de Gaza en una prisión; el gobierno israelí devino en colonizador y tienen a Palestina como un campo de concentración contemporáneo, donde se comete un genocidio a cámara lenta.


Según datos de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, desde el desmantelamiento de los asentamientos israelíes en Gaza en el 2005, 61 israelíes y 2.332 palestinos, en su mayoría niños/as, mujeres y civiles han fallecido directamente por los bombardeos y ataques en Gaza y la frontera en Israel, otros cientos de miles de personas han sido heridas, desplazadas por los grupos terroristas vinculados a Hamás y las Fuerzas para la Defensa de Israel. No es casual que ya en el 2009, el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz del Vaticano, calificó a Gaza como el más grande campo de concentración de la historia, uno que hoy es bombardeado.


En su libro “Piel Negra, Máscaras Blancas”, en 1952, Frantz Fanón analizó el racismo, no como un prejuicio individual o de grupos extremistas, sino como una jerarquía de poder que dibuja una línea con niveles de superioridad e inferioridad alrededor de lo humano, una línea superior que es igual a humano, y otra inferior, que es igual a no humanos o subhumanos. Esa no humanidad sostiene a aquello que se designa como humano; produce un efecto sistémico, estructural e institucional que convierte a estos, en lo que Giorgio Agamben denomina “nuda vida”, cuerpos a los que no solo es legítimo, sino preciso exterminar, todo esto mediante un proceso de basurización, deshumanización y demonización, que culmina con una “ceremonia de despojamiento de la ciudadanía” -operación de preparación, que es parte de la propia guerra- donde la aniquilación (se presenta como condición de posibilidad) es el medio para que el mal, que es la figura del Otro (el no-humano), se extinga, es decir, un discurso que sirve para justificar y legitimar un estado de excepción perpetuo, donde todo crimen es permitido.


Como señala el teórico decolonial Ramón Grosfoguel, es innegable que el pueblo judío fue sujeto colonial y víctima de todo tipo de atrocidades en la Europa cristiana, desde su expulsión junto a los musulmanes de la España católica en 1492 hasta su exterminio durante el Holocausto Nazi en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su mistificación y victimización, visión esencialista y producida bajo un binarismo eurocéntrico, es parte del relato con que el Estado de Israel, se ha construido a sí mismo y con el que sostiene su régimen de terror en el más completo silencio e impunidad. Hoy, el Estado de Israel realiza un proceso de limpieza étnico-racial que se sostiene bajo una ideología política -sionismo- que parte de esquemas de superioridad-inferioridad, es decir racistas; el sionismo es una forma de fascismo como lo fue el nazismo, que sitúa al pueblo israelí como el pueblo elegido y por ende por encima de cualquier nación.


Para acabar con esto de raíz, parece necesario traer la propuesta que la filósofa estadounidense de origen judío, Judith Butler, condensa en su último libro, Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism, de 2012, quien habla de dos cuestiones fundamentales; por un lado la necesidad de retomar una tradición judía que se opone radicalmente a la violencia de Estado, ya que los valores judíos mismos son antisionistas, por lo que una crítica antisionista debe llevar un componente judío, ética y obligatoriamente. Esa es la tradición de Walter Benjamin, Hannah Arendt y Emmanuel Levinas, y que se extienda a otras experiencias humanas, de otros seres que fueron o son sujetos coloniales-ya que cuando destruimos a otros, nos destruimos a nosotros mismos- como indica Edward Said.


Lo segundo tiene que ver con la necesidad urgente, de un nuevo contrato social, que implica la refundación del Estado de Israel y sus vecinos, uno que daría cabida a los judíos en áreas árabes y viceversa, lo que permitiría un acuerdo plurinacional de diálogo y reconocimiento, que actúe sobre ese racismo de Estado de la ideología política sionista y en otras formas de nacionalismo árabe violentas.

 

*Estudiante universitario

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Sábado 26 Julio, 2014

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Por: Edvan Córdova Vega / [email protected]

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