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Opinión

La mutua atracción

Algo aplicable no sólo a los cónyuges sino a cualquier persona: se necesitan, se complementan. Y, por lo mismo, lo que es necesidad deriva en atracción mutua.


Hombre y mujer, separados, son incompletos. Unidos se completan.


Existe también la afinidad. Se trata, explica el P. Larrañaga, “de una especie de simpatía, una chispa misteriosa que brota, sin más, cuando dos personas se hacen mutuamente presentes, como si ambas estuviesen en unas mismas armónicas, como si los dos vibraran en un mismo tono, un mutuamente sentirse bien como si la una hubiese nacido para la otra. Una inclinación instintiva de la naturaleza. Es la afinidad”.


La afinidad se lleva en la sangre, nace con uno, es parte de la constitución genética. “Es un parentesco psíquico, puntualiza nuestro autor, que no se busca y su existencia no depende de la voluntad de las personas”.


¿No le ha pasado a usted más de una vez que se topa con alguien que, sin saber por qué, le cae mal, o al revés? ¿Y si no es de entrada, al poco tiempo? Y se da el caso, desde luego, de quienes parecen como el perro y el gato, y, no obstante, no pueden estar el uno sin el otro. Se trata de una extraña afinidad que les atrae mutuamente en medio de todo.


¿Qué decir ahora de lo que se conoce como incompatibilidad de caracteres? Tenemos aquí el caso de quienes no hay modo de que se aguanten uno al otro. Es el extremo opuesto a la afinidad. Se trata de una oposición instintiva irreversible. No hay manera de que puedan vivir juntos, reconciliados y en paz.


A propósito, concretamente, del matrimonio, en el que juega un papel muy importante la afinidad, el P. Larrañaga advierte: “Hay parejas en que no hay belleza, ni atractivo físico alguno; sin embargo, se gustan mutuamente, se atraen, se sienten bien y son felices. Hay afinidad como fundamento fundante del amor”.


Por el contrario, añade, “hay parejas en que parecen darse todas las condiciones del amor: belleza deslumbradora, mil encantos de personalidad, y, sin embargo, no salta la chispa. No hay afinidad”.


A continuación advierte lo siguiente: “La observación de la vida me ha llevado a la siguiente convicción: aunque en el transcurso de los años y por diversas explicaciones el amor romántico se haya congelado en el matrimonio –lo cual es bastante normal- si ese casamiento estaba fundamentado en la ley de la afinidad, esa unión conyugal se mantendrá en pie elegantemente”.


Con esa afinidad y el amor tiene que ver la sexualidad, aunque no se debe confundir lo uno con lo otro. En ese sentido, afirma el P. Larrañaga: “La sexualidad es posible sin el amor, y el amor podría existir y sobrevivir en el matrimonio sin la sexualidad”.


Eso si, la sexualidad y su correspondiente sentido y disfrute ha de darse en el contexto del amor. En caso contrario sobrevendrá inevitablemente con la insatisfacción, la frustración.


Es el camino del amor el que de la mano de la sexualidad, eleva al ser humano a la más alta expresión de la belleza, el gozo y la madurez. Hay que decirlo: en todo caso, el amor es primero, y, con él, la sexualidad como parte integrante, la que, sin amor, carece de sentido y satisfacción.


Concluye nuestro autor: “Sí; es el amor el que convierte la sexualidad en una función transfiguradora con ribetes de sublimidad”.

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Sábado 18 Enero, 2014

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Por: Juan Luis Mendoza

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