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Opinión

Borrar un rostro

En un país como Costa Rica, donde acostumbramos a desdeñar nuestra piel negándonos a nosotros mismos, la pregunta sobre la identidad es pertinente, no en cuanto a esencia, sino en relación con su historia y el presente, con lo que nos identifica, buscando lo que nos hace a ser, como puntos de referencia en el aquí y ahora, sobresaliendo en este contexto –no solo en lo “costarricense”, sino también en las identidades de los países latinoamericanos– el canibalismo que nos corroe, la baja estima, el desprecio que generalmente tenemos por nosotros y entre nosotros: por nuestra cultura, por lo que somos y hacemos, por nuestra voz y nuestro rostro.


En el caso de Costa Rica, el “pueblón” como así lo llamaba Eunice Odio, la antropofagia cultural se expresa a través del choteo, la envidia, la imposición de lo “pequeñitico” del que nadie puede huir o puede sobrepasar, por ser la estatura máxima a la que aspiramos y nos permitimos en el país de ciegos, donde el tuerto es rey y se tapa el sol con un dedo. Imposibilidad de crecer, de transformar el entorno e ir más allá; conservadurismo que elimina la crítica, lo disidente, anclado todavía en mucho en la contrarreforma y la inquisición, que atrapan nuestra cotidianidad desde la “colonia”; condición que se une a la minusvalía espiritual que se construye –como cultura, identidad y símbolo– en los últimos 60 años, profundizando la herencia feudal, e instaurando, como norma, la burocratización del espíritu y su empobrecimiento. Modelo de censura que se impone como estado, promoviéndose como conducta y referencia; mutilación con la que dejamos de asumir riesgos y empresas, con la que nos consumimos en el conformismo sentimentaloide que invade todos los estratos y los jerarquiza, reduciéndonos al deslumbre de lo “corriente”, subsumiéndonos a la vulgaridad de la falsa sofisticación y la opacidad del abalorio, el vacío y el espejismo, embobados en la sonrisa idiota y la descalificación sin ética, uniéndose al ruido con el que nos arropamos y pretendemos encubrir aquello que creemos ser y rechazamos, procurando, desde la impostura, dejar de lado “el nosotros”, una “nacionalidad”, “lo costarricense”.


Sin olvidar las muchas influencias o cambios que han intervenido en la conformación de nuestra débil perspectiva cultural, vale señalar dos ejemplos que reflejan con notoriedad las consecuencias de nuestra negación, el hacer empeñado en la medianía y la impostura, acordes a estas circunstancias culturales, a estas perspectivas históricas de mediatizar o eliminar toda oposición y pluralidad, de eliminar vínculos e identidades. Por una parte, la “feitud” que se estatuye, ordena y “decora” la ciudad de San José, mutilando sus raíces, eliminando sus rostros y su personalidad, pasando de ser el “pueblón”, para convertirse en un mamarracho invadido por adoquines, parqueos y un “barrio chino”; manifestación de la miseria y el hacinamiento, no solo por los índices de pobreza que tiene el país inundando las calles, sino como reflejo de los postulados y concepciones de una visión de mundo marchita, limitada, sin imaginación.


Modelo de negación. El otro ejemplo que se adentra en las negaciones de nuestra identidad y ontología es la mutación del vos al tú, que si bien viene asentándose en el país hace más de 30 años, afincado ahora en provincias y funcionarios, no obedece a un cambio de piel ni de conciencia, tampoco prosigue con una tradición, es reflejo también de nuestro abandono, evidenciando el rechazo a lo que somos y a nuestra convivencia. Es un no querer ser que procura, desde el desvalor que recae sobre nosotros mismos, ser otro e imitarlo, confundirnos con él sometiéndonos, olvidando que al dejar de ser simulando al otro nos convertimos en copias, en sombras.


Modelo de negación que une dos elementos: los traumas que arrastran miedos y complejos que vienen desde la colonia, pues no hay que olvidar que fuimos lindero y provincia olvidada de Nueva España; y la destrucción cultural y anulación del individuo llevada a cabo por el modelo del pri centroamericano, que socavó las bases de la historia, empobrecimiento los sistemas educativos y la convivencia, hasta los niveles en que se encuentra actualmente, hechos que obedecen al deseo de perpetuarse en el poder, no importando si para eso se destruye la identidad y se nos hace renunciar a construir nuestro propio destino.

 

*Escritor

PERIODISTA:

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Martes 24 Diciembre, 2013

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Por: Álvaro Mata

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