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Opinión

Ecocentrismo político, presidencialismo y decadencia democrática

En todas partes se considera el egocentrismo como claro síntoma de inmadurez personal y social. También lo es cuando se manifiesta en el plano de la política democrática. Y si, además, esa política sucede en el marco de un régimen presidencialista (como es el caso en nuestro país), entonces el egocentrismo se vuelve un mal endémico y una fuente de corruptelas y preocupante inestabilidad.


Llevado al extremo de volverse un rasgo generalizado de la cultura y el comportamiento políticos, el egocentrismo pone la democracia en jaque al conectarse con fenómenos como el caudillismo, el personalismo extremo y el autoritarismo; vertientes que abundan en los países de origen ibérico; también donde el individualismo extremo se impone asociado al liberalismo, el capitalismo y a la ahora llamada “competitividad”.


El egocentrismo político se torna peligroso. Por una parte, lo hace en la medida que los actores que lo padecen son incapaces de autocriticarse y de deliberar. Generalmente son impulsivos, irracionales, vanidosos y narcisistas. Sienten que solo ellos y ellas deben ocupar las cimas de las jerarquías. Una vez allí, hacen lo que les viene en gana, incluidos negocios puramente privados contrapuestos al interés público. Lo peor es que creen estar por encima de los demás congéneres, de los partidos y las instituciones que son un sostén primario del edificio democrático. Cuando tales personalidades desquiciadas ganan elecciones, presiden esas instituciones y las utilizan para satisfacer los fines personales de allegados y serviles, que los admiran e idolatran.


Por otra parte, el imperante régimen presidencialista costarricense ha facilitado que la figura de los candidatos a la primera magistratura pase a ser el centro de las campañas, y de toda la escenografía y coreografía que en ellas montan los publicistas y demás especialistas en la proyección efectista de imágenes y shows mediáticos.


No estamos ante algo casual. Escenarios así son especialmente atractivos para que se luzcan en ellos las personalidades egocéntricas, dispuestas en dejarse vender prácticamente como cualquier otro producto comercial de consumo masivo en los mercados, con tal de maximizar sus impulsos. Ahora sabemos por qué asimismo hablan del “mercado de los votos”, y tratan a los votantes bajo formatos de consumo comercial, a modo de simples “consumidores –perseguidores de sensaciones placenteras”.


No debe extrañar que los conceptos sustanciales, las plataformas ideológicas y los programas de gobierno, si es que aparecen, sean en estos tiempos de campaña elementos puramente decorativos, superficiales y compendios vacíos de contenido, mero material de relleno, verborreico o “de colchón”. Esos mismos elementos que fueron centrales cuando los partidos ideológicos, permanentes y de masas dominaban el escenario electoral, ahora se han ido diluyendo ante el apabullante y desmedido empuje de una política mediática de gran espectáculo carente de ideas y de visionarios planes de gobierno. Un terreno por cierto muy fértil para los nuevos caudillismos y personalismos, exacerbados por duras competencias electorales y por llegar a ocupar el trono presidencial, todo a cargo de candidatos y candidatas trocados en celebridades por los fabricantes de imágenes y demás manipuladores de masas teleguiadas.


La corrupción como respuesta y sistema. Se produce de esa manera una interacción mutuamente reforzada entre: “personalidades egocéntricas”, “campañas faranduleras o fiestas electorales”, y “régimen político presidencialista”, dentro de la cual la figura de Ejecutivo subyuga a los demás poderes, haciendo que allí solo se pueda llegar a ocupar posiciones por vínculos personales de lealtad y subordinación mantenidos con el candidato(a) triunfador, quien se encarga de asignar en pago los puestos y demás recursos preciados de la administración política como botín electoral de su propiedad, según la tradición clientelista; o sea, sin apego a criterios ni normas de mérito, eficiencia o productividad.

 

Así, los lazos personales son los que se imponen, a la par de ciertos intereses económicos y empresariales de los mecenas que financiaron la campaña. Un clima perfecto para que florezcan tanto la corrupción sistémica de alto vuelo y gran escala. Encarnada en los últimos años por la turbia fórmula del “gobierno paralelo”, poco o nada tiene que ver con el gobierno formal, el prescripto por la Constitución y las leyes del Estado Democrático de Derecho.


Crisis y decadencia. No es casual que haya alarma. Bajo tales circunstancias de creciente ilegalidad e ilegitimidad, se habla mucho con razón de crisis de dirección política o gobernabilidad, así como de decadencia de la política y de la democracia representativa de partidos y elecciones reales. Es decir, de un régimen orientado a dar respuestas efectivas a las demandas y aspiraciones legítimas de una ciudadanía consciente y militante, interesada en los asuntos públicos y decidida a dar su voto en función de planteamientos o mensajes en los cuales se ofrezcan verdaderas alternativas de política pública y de futuro colectivo nacional.


Claro está, que las semillas de este giro decadente y antidemocrático se hallaban en el presidencialismo y en las campañas de partidos que se fueron hundiendo más y más en el fárrago de las pugnas entre figuras de exaltado ego. El resultado: una “democracia egocentrista”, donde no hay voluntad de servicio desinteresado ni diálogo, menos negociación productiva y convergencia alrededor de acuerdos razonables y duraderos. En su lugar, lo que vemos por doquier es hipocresía, dobles discursos, incoherencias, falsas promesas y casi total ausencia de generosidad y altruismo.


*Sociólogo 

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Martes 08 Octubre, 2013

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Por: José Luis Vega Carballo

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