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Opinión

Más que un museo…

Gloria Bejarano*

Con motivo de la celebración de los 25 años de creación del Museo de los Niños, es oportuno recordar que el origen de los museos se remonta a la época del Renacimiento. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que su creación se debe al deseo del ser humano de resguardar la memoria histórica de su pueblo, de deleitarse y sorprenderse ante la creatividad del artista, o como referente de la cultura nacional o universal. Algunos museos fueron creados más tarde con el fin de conservar colecciones fruto del avance de la ciencia y la tecnología como el Conservatorio de Artes y Oficios de París y fueron evolucionando hasta llegar a la época actual en la que son visualizados como un medio de comunicación capaz establecer un lenguaje abierto y accesible para una sociedad más pluralista, curiosa y culta. 

La evolución de los museos en los últimos 50 años alrededor del mundo es asombrosa, especialmente la de los museos de ciencia que han experimentado una profunda transformación desde su aparición en los Estados Unidos en 1969. Su rápida expansión por Europa y en el resto del mundo se debe al inmenso impacto que han generado en la educación. La construcción de museos interactivos, a su vez, se ha replicado cientos de veces, y no hay dos museos de niños iguales, cada país, cada ciudad en el mundo le imprime su propio sello, porque, aunque la idea es la misma, cada creador lo sueña diferente, cada uno imprime énfasis en los temas que desea resaltar. 

Costa Rica no ha sido la excepción, tratándose de un país que siempre ha invertido en educación, un país que ha destacado por la calidad de sus científicos y maestros, un país que se atrevió a declarar la educación gratuita y obligatoria mucho antes que otras naciones, un país cuya universidad pública, la UCR, está entre las mejores del continente, era de esperar que la idea de construir un museo de ciencia estaría presente.

En 1973 don Rodrigo Zeledón tuvo la idea de construir un espacio museográfico dedicado a la ciencia y la planteó ante los gobiernos de Oduber, Carazo y Arias, sin que se dieran las condiciones para poder llevarlo a cabo. El entusiasmo de don Rodrigo Zeledón era contagioso, se emitieron decretos ejecutivos, se redactaron varios proyectos, se buscaron recursos sin éxito y la idea no pasó de ser una aspiración. 

Como dato curioso, podemos decir que muchos de los que compartían la idea de don Rodrigo encontraron su fuente de inspiración en el mismo lugar: el Museo de los Niños de Venezuela, que fue visitado por varias primeras damas en su momento, ministros de ciencia y funcionarios de instituciones interesadas en hacer realidad lo que solo existía en la imaginación e interés de algunos.

Veinte años después de ese primer intento, tuve la oportunidad de viajar a Venezuela, conocí el Museo de los Niños y a partir de ese entonces no tuve duda alguna que los niños de Costa Rica, merecían tener un espacio similar.

Han pasado 25 años desde ese 27 de abril del 94, en el que, un grupo de costarricenses provenientes de todos los sectores, compartimos una misma visión y nos empeñamos en hacerla realidad; dejamos volar la imaginación y vencimos el escepticismo, la negatividad, la falta de fe y la escasez de recursos.  Hace un cuarto de siglo los costarricenses demostramos que por encima de nuestros errores siempre tendremos la capacidad de construir nuevos sueños, que sobre el dolor puede renacer la esperanza, que donde hubo muerte puede surgir nueva vida, que la ignorancia se vence con el conocimiento, que la pobreza de espíritu se rinde ante generosidad, que la oscuridad retrocede ante un pequeño rayo de luz, que los hombres tenemos una chispa creadora que nos dio el Señor y que en nosotros está usarla para crear, destruir o rectificar.

Debemos congratularnos pues hemos sido capaces de compartir un sueño, el de don Rodrigo Zeledón, el mío, el de tantos y tantos que creemos en los museos como fuente de cultura, educación y esparcimiento. Debemos congratularnos porque hemos sido capaces de construir un hermoso museo que recibe más de 330 mil niños al año, de consolidarlo y de convertirlo en fuente inagotable de conocimiento.

Debemos congratularnos, también, porque más allá de un museo de niños levantamos un complejo cultural de alta envergadura que durante 25 años ha promovido la ciencia, la tecnología y el arte; un complejo cultural que invita a los niños a soñar y aprender junto a sus padres y maestros.  Un espacio cultural que guarda celosa la memoria del dolor y la muerte que ahí se experimentó hasta transformarla en un espacio de luz y alegría. Un escenario cultural que hoy nos permite presentar espectáculos provenientes de otros países y exhibiciones de los más renombrados pintores, escultores, artistas y científicos. Una institución innovadora que invierte en nuevas propuestas educativas como los centros Steam.  Sí, somos más que el Museo de los Niños somos el Centro Costarricense de Ciencia y Cultura.

 

*Exdiputada

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Miércoles 17 Abril, 2019

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