El camino de un labriego sencillo
Fernando Ferraro Castro* / Página Abierta
Quisiera llamar la atención sobre algo que, para variar, estamos menospreciando, o directamente olvidando. Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado no ganaron la primera ronda por casualidad. El “no saber perder” de muchos los llevó a sacar conclusiones equivocadas, exactamente igual que como sucedió después de que Carlos ganara una segunda ronda caracterizada por el aumento significativo de la participación. Casi ninguno se detuvo a reflexionar en la posibilidad de que el electorado estuviera reaccionando, como lo haría un consumidor decepcionado con el desempeño de una empresa que le ha prestado un mal servicio.
Como dice John Carlin “la objetividad es un mito, la mayoría de las veces, una coartada”. En consecuencia, no pretendo vestirme de una falsa imparcialidad para decir que la gestión de estos 10 meses me resulta satisfactoria y esperanzadora. No es que esté 100% de acuerdo con todo lo que han hecho cada una de las autoridades nombradas por el Presidente, desde que asumieron sus cargos. Eso no me pasa ni con mis propias decisiones. Lo que aprecio en él es otra cosa. Algo fundamental para implementar el enfoque colaborativo de la política que tanto necesita este país.
Después de ganar la primera ronda, Carlos Alvarado entendió que el escenario había cambiado y dio un giro a su campaña. Interpretó el resultado como un voto de confianza en una gestión aliancista de la política, abriendo su plataforma a otras fuerzas. Instalado en Casa Presidencial no abandonó ni relativizó aquello, sino que mantuvo el enfoque en la integración del gabinete y en la adopción de sus primeras decisiones.
Una de ellas concierne al “plan fiscal” adoptado para conjurar las amenazas derivadas de la herencia financiera que recibió. El Presidente y su equipo evaluaron la situación, consideraron alternativas y tomaron decisiones a sabiendas de que es imposible quedar bien con todos. El mandatario no huyó del conflicto, tampoco lo azuzó, pero no se refugió en Casa Presidencial a esperar a que el paso del tiempo redefiniera las circunstancias. Lo más importante de esta voluntad es haber comprendido que no lo eligieron para ser vengador, caudillo o estrella. Fue capaz de entender que Costa Rica necesitaba de un labriego sencillo que asumiera su responsabilidad sin afectaciones, exactamente como en la alegoría del Himno Nacional; un líder que se concentrara sin esnobismos en facilitar acuerdos estratégicos entre actores muy diferentes, y hasta ahora, antagónicos. Su papel, así lo entendió, sería el de crear un espacio de convergencia, que en el caso de la huelga le permitió sostener una decisión común hasta obtener la aprobación del Plan, con firmeza y sin violencia.
El enfoque aliancista del Presidente Alvarado fue correspondido por otros partidos que permitieron lograr una mayoría en la Asamblea Legislativa. En consonancia con este esfuerzo, Carlos Ricardo Benavides y Rodolfo Piza debieron enfrentar la resistencia de sus entornos, con el fin de no dejarse arrastrar por las mismas pequeñeces que sabotean diariamente nuestras oportunidades.
Vivimos en una Costa Rica paradójica, que cuenta con un potencial que todas las semanas se revela en la forma de logros empresariales, culturales, científicos, deportivos y académicos, que sin embargo no se traducen en un salto al desarrollo. La explicación está en la hipertrofia burocrática y en la inflación legislativa, que funcionan como una camisa de fuerza.
El legado material de este gobierno está por verse, pero el Presidente Alvarado, con su enfoque aliancista de la política, nos demostró ya cómo abrir las hebillas de aquella camisa de fuerza. Mal haríamos en permitir que el clientelismo y el cortoplacismo electorero destruyan un mensaje, un estilo y un método capaz de enhebrar las reformas y obras de este gobierno, dándole sentido y propósito a la celebración del Bicentenario. Inaugurando así y para todos, la entrada de Costa Rica en un nuevo ciclo de su historia.
*Exministro de Justicia
