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Opinión

Se acerca la “hora”

Juan Luis Mendoza

Jesús está en Jerusalén. Por las noches, generalmente fatigado y tenso, se retira, él solo, al Huerto de los Olivos, y así lo atestigua Lucas 22,39. El Padre Larrañaga describe así el lugar: “Había allí un roquerío que conformaba una concavidad a manera de una gruta natural. Allí se refugiaba para pasar las noches, amparándose así del frío nocturno. Desde esta oquedad, el Pobre podía divisar, entre cipreses y olivos, una franja de hermoso cielo estrellado. Era un lugar ideal para orar y descansar”.

El mismo autor pone en boca de Jesús la siguiente oración: “Adonai, mi Señor y Padre. Una vez más vengo en busca de aquel aceite que destila consolación y comunica vigor, sanando las heridas. Siempre me he esforzado por captar el lenguaje de los hechos, que guardan escondida, y como cifrada, tu Voluntad. 

Mi alma no puede descansar sino en el regazo de tu Voluntad. Y esta noche, una vez más, y hoy más que nunca, vengo a poner mis llaves en tus manos: donde quieras, como quieras, cuando quieras. Sobre las cenizas muertas de mi voluntad enciende Tú la llama viva de la redención. Ya quebré mi arco y destruí mi aljaba: ya no soy un combatiente, ahora soy un simple y pasivo campo de batalla. 

Sobre el escenario de mis días extiende Tú el mapa de la estrategia de la salvación. Siervo tuyo soy: lo que Tú quieras, quiero yo. Y esta certidumbre inunda de alegría mi yo último. 

Por muchas que sean las naves que surquen mis costas y las embarcaciones que toquen mis playas, un solo timón guía mi nave por los altos mares: tu Santa Voluntad. Suelta, pues, tus vientos, agita tus corrientes, y llévame a donde quieras”.

Fortalecido en la soledad por la oración, Jesús regresa a la ciudad de Jerusalén, descansado y animado. 

Pero no se queda allí. Percatado de que ni él ni sus discípulos son bien vistos por su condición de provincianos, su modo de ser y sus costumbres, se decide volver con ellos al norte. 

Así que descienden por la vereda que corre junto a la muralla occidental del templo, toman la ruta que transita paralela al torrente Cedrón y que conecta con la calzada romana que lleva a la ciudad de las palmeras, Jericó. Caminan despacio y se detienen a descansar de cuando en cuando a la sombra de los espinos y los álamos.

Eso sí. Da la impresión de que se trata de una huida planeada. En efecto, Jesús necesita que él y los suyos se preparen para el combate que les espera, y buscan en la soledad un lugar a propósito. Ese combate es la “hora” prevista por el Padre, que aún no ha llegado, pero que es inminente. Y esa que Jesús llama “mi hora” va a coincidir con la gran celebración de la Pascua judía en Jerusalén. En ella se sacrificará el verdadero Cordero que es él mismo, Jesús. Habrá llegado la hora de su Pasión, Muerte y Resurrección redentoras, la culminación de su misión en la tierra.

Los entendidos advierten que es materialmente imposible reconstruir el itinerario de Jesús en sus últimos meses de vida en Judá. El Padre Larrañaga se decide por la siguiente descripción: “Después de la festividad de los Tabernáculos, Jesús permaneció algunos días, se supone, en la Capital. Luego se encaminó hacia el Jordán, concretamente a Peth-abara, aquel vado del río donde Juan había actuado, unos kilómetros al norte del Mar Muerto.

Regresó apresuradamente a Betania, aldea muy próxima a Jerusalén, por razón de la enfermedad de Lázaro. La cronología de este hecho coincidiría con la festividad de la Dedicación, en el mes de diciembre, época en que encontramos a Jesús actuando en Jerusalén.

Algo más tarde, se habría retirado a una ciudad llamada Efraín, al borde del desierto y cercana al Jordán, al noroeste de Jerusalén. Desde Efraín habría subido lentamente a Jerusalén, pasando por Jericó y Betania, para la entrada triunfal y los acontecimientos decisivos de la semana de Pascua”.

Aquí nos quedamos. Proseguimos la historia en un próximo escrito, Dios mediante.

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Sábado 25 Noviembre, 2017

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