Las invisibles
Alicia Paz Barahona*
Las políticas públicas de empleo existentes se han centrado en la incorporación laboral de los jóvenes, fomentando su educación por medio de becas, fortaleciendo sus competencias e impulsando la generación de nuevos empleos principalmente, en las áreas técnicas y de tecnología. Lo que me parece muy bien. Es cierto que existen programas exitosos de emprendimientos para mujeres, por medio de organizaciones, cooperativas, asociaciones, entre otras. Estos programas se dirijen a mujeres de poca escolaridad, dejando de lado una cifra invisible de mujeres mayores con educación media y universitaria que no logran acceder al empleo o mantenerse en él.
Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo, el 55 % de la población desempleada en Costa Rica corresponde a las mujeres. El mismo estudio indica que la tasa de desempleo entre los hombres ronda el 3,3 % mientras que en las mujeres pasa al 6%.
Pero no somos invisibles, siempre hemos estado en el escenario: primero fuimos servidoras domésticas, cocineras, agricultoras, artesanas, vendedoras de libros, catálogos, de ropa, repostería, helados, pan y, además, amas de casa. Cuando reclamamos por mejores condiciones y justa remuneración nos vendieron la idea de que no podíamos ganar más, por no tener estudios. Así nació el “sueño tico” de estudiar para obtener mejores trabajos y salarios. Entonces muchas apostamos por la educación. Nos vendieron el sueño.
La mujer que tiene formación, pero es mayor de 45 años, se le castiga doblemente por ser profesional, como si teniendo un cartón en las manos bastara para comer. En el caso de las mujeres se nos cobra la experiencia asignándonos el término de “sobrecalificadas” y nos vemos obligadas a aceptar cualquier trabajo con un salario indigno. Al mismo tiempo la mujer mayor de 45 años puede durar hasta un año y medio para colocarse en un trabajo.
Muchas deben pagar alquileres, ya que después de un divorcio han perdido o tenido que repartir sus bienes, quedando la mayoría de las veces sin patrimonio. Además, han sacado adelante su familia, situación que les ha imposibilitado ahorrar e invertir en vivienda y mejorar su calidad de vida. Por otra parte, la mujer jefa de hogar se le limita el crédito para vivienda por tratarse de una mujer profesional, lo que presupone que carece de la necesidad de vivienda, y para colmo de males argumentan que no son candidatas a un préstamo porque no cuentan con el respaldo económico de una pareja.
La mayoría de los empleadores exigen mujeres no mayores de 25 años esto considerando el atractivo físico de las jóvenes como su principal fortaleza. En una sociedad machista como la nuestra, se zarandea a la mujer en una especie de colador. Primero el género, después la edad y apariencia física, y por último la formación académica. Lo que queda sirve y el resto se desecha.
Para tener derecho la pensión por vejez del régimen de la Caja Costarricense del Seguro Social tenemos que haber realizado al menos 300 cotizaciones y tener 65 años de edad, por esta razón las mujeres mayores de 45 años quedamos en el limbo, sin trabajo, sin alcanzar la edad ni las cuotas para acceder a la pensión. Como si no necesitáramos comer, como si no existiéramos, como si fuéramos invisibles.
O nos volvemos una carga para los hijos o volvemos a trabajar en los oficios que empezamos. ¿Y entonces el sueño tico? también se queda también el limbo. El estado debe establecer una política pública que permita a la mujer la obtención de empleos de calidad por medio de un programa de intermediación entre las instituciones públicas, privadas y los empleadores, que promueva apertura de espacios laborales para las mujeres de 45 años y más. Proponer un plan de incentivos para las empresas que contraten mujeres mayores que siempre le han aportado al país y que desean seguir haciéndolo con igualdad de oportunidades.
*Periodista
