Votos: ¿desesperados, cansados o analizados?
Editorial
Seis meses restan para las elecciones nacionales y aún en medio de la maraña de información con que intentan colocarse los partidos políticos y sus aspirantes presidenciales, solo el 12% de los electores estaría decidido a participar en la contienda y está seguro a quién elegirá.
Así lo refleja la última encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica (UCR), que consultó a una muestra representativa de 1.018 ciudadanos. En detalle un 42% no está seguro de participar y un 54% sí lo hará, pero no sabe por cuál candidato.
Si bien, el banderazo oficial de la campaña electoral no llegará hasta octubre, lo cierto es que la carrera por la silla presidencial arrancó desde hace muchos meses, algunos políticos incluso empezaron a promocionarse desde mediados de la actual administración.
Pese a ello, su interés por atraer la atención del votante no surte mayor efecto.
Los costarricenses, en su mayoría, siguen desencantados con la política; los líderes de agrupaciones y sus postulantes no logran hacer una conexión real con una oferta que los cautive. No les creen. Se vuelve un ciclo.
Los recientes procesos internos que protagonizan las agrupaciones políticas, no ayudan a reducir el nivel de desencanto, de aburrimiento, y desconfianza con los temas electorales.
No ayuda las acusaciones de chorreo de votos, de presuntas irregularidades en proceso distritales, en que incluso figurarían nombres de muertos en las elecciones, ni la intención de delegados de venderse al mejor postor para inclinar su apoyo.
El sinsabor de los procesos que recién culminan los partidos está muy lejos de potenciar la credibilidad tan desgastada.
Tampoco lo hacen las acusaciones contra el actual gobierno, que se presentó ante los ticos como el abanderado contra la corrupción y hasta los propios fundadores del Partido Acción Ciudadana (PAC) han jalado las orejas por las violaciones a los principios éticos de la agrupación.
Los electores dejan para el final su decisión, no necesariamente porque sea un voto analizado, entiéndase donde se evalúan realmente las propuestas -si es que los aspirantes las han planteado con claridad-, fortalezas y debilidades, sino porque cansados de escucharlos con los mismos discursos finalmente por el compromiso democrático emiten el sufragio.
O participan porque desesperados por dar un giro a la realidad nacional, deciden apostar por la alternativa que su círculo más cercano sigue.
Abriendo altas posibilidades a un candidato populista, que, en palabras sencillas, se muestra como una varita mágica para resolver los problemas del país, sin ser realistas de lo que realmente pueden realizar.
Justo en el último informe de Transparencia Internacional, sobre el Índice de Percepción de la Corrupción, se concluye que “las personas ya están cansadas de las promesas vacías de muchos políticos que aseveran que combatirán la corrupción, por lo que muchos optan por apoyar políticos populistas que aseguran que podrán cambiar el sistema y terminar con el ciclo de corrupción y prebendas. Sin embargo, lo más probable es que esto no haga más que agudizar el problema”.
Entonces, el reto para los votantes está en exigir aún más a los partidos, hacer un ejercicio real de analizar la mejor propuesta para el país y si no está clara, plantear ese requerimiento.
Los debates electorales son un buen ejercicio, pero los candidatos los desperdician dando respuestas esquivas o demostrando que en realidad no tienen aún las alternativas para enfrentar situaciones nacionales.
En las elecciones municipales de 2016, medios nacionales informaron ampliamente sobre el perfil de los postulantes, sus cuestionamientos ante la Contraloría General de la República y el Ministerio Público, pero pese a ello, a muchos de ellos los votantes decidieron darles el apoyo.
El electorado debe despertar, al mismo tiempo que deben hacerlo los partidos políticos, los cuales tienen que salirse de los cálculos electoreros básicos y dar una propuesta que afronte los problemas país.
