Al “Soldado de la Patria”
Marcela Chacón
Esta es una de esas ocasiones en las que el espacio en esta columna me resulta insuficiente para un tema tan rico como lo es hablar de la trayectoria y humanidad de uno de los diplomáticos de carrera más honorables, comprometidos y solidarios que he tenido la dicha de conocer y a quien me precio de llamar amigo.
Don Javier Sancho Bonilla (con “D” mayúscula) ha impreso su sello personal a la diplomacia costarricense desde hace más de 40 años, a lo largo de los cuales ha servido en distintos Departamentos de la Cancillería y durante los que nos ha representado con la más alta dignidad ante organismos internacionales como la OEA y la ONU, así como en distintos países en todo el mundo como Corea, Tailandia, Brasil y más recientemente en Nicaragua, donde ha jugado un papel trascendental en el manejo de temas de alta sensibilidad para nuestra soberanía y seguridad nacional, con acuciosidad quirúrgica y sin dejar nunca de lado una de sus mayores virtudes, la protección y defensa de los derechos humanos.
Fue el Embajador Sancho quien se mantuvo firme en Managua durante el juicio ante la Corte Internacional de La Haya y el mismo que denunció el maltrato a nuestros nacionales en cárceles nicaragüenses.
A este funcionario de lujo no le tembló la voz para señalar los asuntos migratorios que deben resolverse y, sin embargo, es el mismo que no pudo contener el llanto ante la muerte de nuestros conciudadanos que fallecieron ahogados recientemente en el Atlántico del país vecino.
El diplomático por excelencia, conocedor de hasta el más mínimo detalle del manejo de las relaciones internacionales, su protocolo y ceremonial, ha decidido que es el momento de tomar un nuevo rumbo en su vida y dedicar tiempo a lo que más ama: su familia.
Hoy el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto se prepara para su despedida que dejará un vacío difícil de llenar. Su experiencia y conocimientos serán extrañados en la toma de decisiones para las que tantas veces ha rendido informes y opiniones objetivas y certeras; su parsimonia, recordada por todos los que en algún momento tuvimos la oportunidad de trabajar con él; su dedicación, apreciada por quienes continúen en el ámbito de nuestra política internacional; y su aspecto pulcro y de caballero, vivirá por siempre en el aire que se cuela por los pasillos de la Casa Amarilla.
Buena suerte Embajador y amigo en esta nueva etapa. Que sus proyectos le permitan saborear esa merecida jubilación; que su barco navegue siempre por aguas mansas y que como buen capitán, continúe liderando causas justas con las botas puestas hasta el último día.
En nombre de quienes lo conocemos, ¡gracias por todo y por tanto!
